LA ESCRITORA DE CUENTOS

LA ESCRITORA DE CUENTOS


Se metió entre las sábanas. Lo pensaría mañana. Cada vez que usaba esas palabras recordaba a la Scarlett O'Hara de la novela de Margaret Mitchell "Lo que el viento se llevó". Sí, a ella también le servía esa frase y la hacía suya. Cerró los ojos e intentó dormir pero las ideas volvían machaconas a apoderarse de su mente. Los ojos se abrían fijos en las sombras intermitentes que dibujaban figuras imprecisas y movibles en las paredes de la habitación. Las farolas de la calle y los faros de los coches que pasaban a intervalos se movían en la penumbra en una danza incomprensible. Pero era necesario descansar, dormir. Al día siguiente le esperaba el problema como si fuera un regalo de Reyes que se encontraría al levantarse. Entonces debería desenvolverlo y comenzar a darle vueltas en sus manos, mirándolo por un lado y por el otro contemplando sus colores, estudiando bien todos sus contornos para saber el uso que podía darle. Así eran los problemas, o así ella les daba esa vida imaginada para que le resultara más leve el daño que le causaban. Se lo tomaba como un juego, algo mental que debía resolver con inteligencia.
Volvió a pensar en la Scarlett O' Hara de la novela. ¿Qué haría ella si estuviera en su lugar? ¿Cómo solucionaría el problema? En la novela toma una drástica decisión cuando se ve agobiada por la situación: Con la tela de unas cortinas, confecciona un precioso vestido y va en busca del hombre que puede ayudarla a salir del enredo. Sin ningún prejuicio o remordimiento. Sí. Ella tenía que hacer algo parecido pero sin cortinas y sin hombre, porque su situación era diferente. Necesitaba dinero ¡ya! sino el desahucio sería inmediato y lo peor era que no estaba sola; a su cargo había tres pequeñas boquitas y un marido enfermo que le daba las mismas preocupaciones y trabajo que otro niño más. Él no conocía la situación económica a la que habían llegado, para que hacerle sufrir más, ya tenía suficiente con su falta de salud, tampoco lo hubiera podido resolver según estaban las circunstancias. Los problemas los tenía que guardar sólo para ella y nadie más debía conocerlos. Sin embargo, este requería una solución urgente, le quedaba una semana de los quince días que el abogado le había dado de plazo para pagar. Y sólo se le ocurría pensar en como solucionaría el problema Scarlett O'Hara. ¡Qué incongruencia! Pero ella era así.
Se dio cuenta de que esta vez no le servía evadirse dando rienda suelta a su imaginación, la dificultad estaba ahí urgiendo una solución. No le servían vestidos hechos de cortinas ni hombres enamorados; ella sólo sabía escribir cuentos para que sus hijos durmieran soñando fantasías. Incluso los escribía y leía a escondidas, en momentos de soledad porque él ya le había dicho claramente que aquello era perder su bendito tiempo. Sus horas completas eran para el cuidado de la casa, la atención a los hijos y su incondicional interés a las necesidades del marido enfermo. Ese era el deber impuesto.
Daba vueltas y más vueltas en la cama pensando mil y un despropósito sin encontrar una solución. Sólo Scarlett O'Hara y el vestido verde confeccionado de una cortina continuaba en su pensamiento como una marca indeleble imposible de hacerla desaparecer.
El funcionamiento del ascensor en el silencio de la noche, distrajo su atención y por asociación de ideas, pensó en los vecinos. En el piso 2º A, vivía Don Manuel, el dueño de la Librería Editorial. Cuántas veces había pensado abordarle y explicarle su interés por la escritura. Era un hombre atento, educado, siempre dispuesto al saludo cuando se lo cruzaba en la escalera y la mayoría de las veces, acostumbraba a llevar un libro bajo el brazo. Conocía su amor por la lectura y aparte de dedicarse a vender libros, también los editaba. ¿Y si se arriesgaba y le enseñaba uno de sus cuentos? Tal vez podría tener la suerte de cara, ¡quién sabe! ¿y si le gustaban lo suficiente como para aceptar publicarlos---¿ Pero eso era dudoso, más que dudoso, imposible, y no se sentía preparada para exponerse a pasar por la vergüenza de la compasión o la burla; seguro que le diría las mismas o parecidas palabras como tantas veces había oído en la boca de su marido: "Señora, cuide de sus hijos y de su marido que buena falta les hace y déjese de escritos y fantasías". Sin embargo, con este pensamiento, algo se rebullía con rabia en su interior. Sus cuentos eran bonitos, unos más que otros, claro; lo sabía porque a sus hijos les gustaban y ellos no eran conscientes de que su mamá era la autora, escuchaban con los ojos abiertos como platos y luego preguntaban sobre la historia para aclarar los conceptos no comprendidos. Aquellos niños eran imparciales y eso le daba ánimos. En esos momentos, se despertaba de nuevo en su mente la osadía y el descaro de Scarlett O'Hara. Tenía que correr el riesgo, aquellos cuentos eran su vestido verde confeccionado de una cortina.
En silencio se levantó, de entre los cuentos más amados escogió uno titulado "El angelito que perdió sus alas", lo firmó con su nombre, puso su dirección, lo introdujo en un sobre y lo cerró. En el sobre escribió: "A la atención de Don Manuel", nada más, tampoco podía poner otra cosa puesto que no recordaba su apellido. Por la mañana la echaría en el casillero del portal correspondiente al 2º A. Estaba decidido, sólo debía esperar. Volvió a meterse en la cama y, al fin, pudo conciliar el sueño.


Faltaban tres días para el desahucio, había pensado en comenzar a empaquetar las cosas que debería llevarse pero no quería despertar sospechas y esperaba un milagro.
Aquella tarde de viernes, se encontraba cosiendo unas rodilleras en el pantalón del mayor de sus hijos y el más destrozón, cuando llamaron a la puerta. Al abrirla, Don Manuel, el vecino del 2º A, la saludó cortésmente. En la mano llevaba su carta. Las piernas le comenzaron a temblar y oyó la voz del librero como si estuviera en la lejanía:

-Me ha gustado mucho su cuento. Quisiera hablar con usted. He pensado que podíamos editar un pequeño libro de cuentos para niños entre 7 y 10 años ¿qué le parece la idea?

Una mezcla de sentimientos que no podía clasificar, se entrecruzaron en su mente. Sonrió, lo hizo pasar y lo condujo hacia el cuartito donde ella escribía sus cuentos. Abrió la puerta y le ofreció el paso, en su cabeza la imagen de Scarlett O'Hara se dibujaba con fuerza y al entrar detrás del hombre en la pequeña habitación, no pudo evitar susurrar unas palabras que dejaron su corazón latiendo descompasado mientras una mirada de triunfo iluminaba su rostro: "...jamás volveré a pasar hambre".

Me gusto tu cuento Xanino, final de cuento feliz, como en la pelicula!
Muy bien escrito y se lee con interes por lo ameno!
Un saludo
virgilio

Muchas gracias Virgilio, me alegro de que te haya gustado mi relatito. Yo también estoy encantada de conocerte.

Precioso cuento,un gusto leerte.
Dejo tambiérn mi saludo de bienvenida.
Sinceramente difrute este relato.
Eleonor

cuando un autor es personaje (no un yo narrador),
el cuento es como dos espejos enfrentados.

Gracias Eleonor, espero que sigas disfrutando con mis humildes escritos, que aquí en este foro estoy comprobando que existe un nivel muy alto. Agradezco tu bienvenida.

Curioso tu razonamiento, antifaz. La verdad es que escribí la historia como narradora pero, sí, es el personaje protagonista.
Me gustan tus comentarios siempre certeros. Gracias.