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 FABULAS DE LOS ESTUDIANTES - NOVELA (entrega doce)

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Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez


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MensajeTema: FABULAS DE LOS ESTUDIANTES - NOVELA (entrega doce)   FABULAS DE LOS ESTUDIANTES - NOVELA (entrega doce) Icon_minitimeSáb Sep 05, 2020 1:17 pm

FABULAS DE LOS ESTUDIANTES - NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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FÁBULA  DOCE
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LAS  PERLAS
.....................


Los días transcurrieron en la misma celeridad y serenidad, que otorgaba la antigua casona de la abuela, a sus habitantes juveniles. Con toda su ornamentación llena de recuerdos. Las grandes macetas del patio, donde lucíase la palmera enana como emblema. La inmensa mampara de vidrios coloridos. El comedor de mesa oval con su docena de sillas. La sala carmesí con sus bibelots, cuadros y retratos. Y cada dormitorio con su ropero de lunas espejos, de gran porte.

La abuela esperaba siempre a Luz para la hora del almuerzo, tras su regreso del  Colegio Carbó, como un ritual extendido del año escolar. Sus nietos a esa hora meridiana de las 12.30, no se hallaban aún en la casa. La niñita iba a Jardín de Infantes volviendo cerca de las 11 hs y era atendida por Micaela, quien la llevaba y traía del Jardín ocupándose de su almuerzo.

Todo estaba bien previsto y organizado. Pero la presencia de Luz había traído cambios a la vida de la pequeña, con esos cuentos que nadie conocía, ni tan siquiera ella, pues iba creándolos a medida que avanzaba el relato. Pasados unos días, Marina sentóse a su lado al atardecer, a fin de conocer de qué modo seguían las aventuras de los Dos Niños.

Pues la niñita estaba inquieta, como toda pequeña que vive con una abuela entre primos mayores. La falta de sus padres, debido a un doloroso accidente, era algo desconocido aún para ella. Y la familia siempre iba a tratar de mantenerla alejada de aquel dolor. Por ello era una pequeña feliz, alegre, y que encontraba en Luz una especial fascinación. Un encanto a la cual esta joven aumentaba con sus relatos. Marina poseía una memoria llamativa. Después de varias noches, de otra sopa tibia, de otro obscurecer vespertino, cuando su abuela prendió la radio para escuchar su último noticioso, exigió a Luz:

—“¡Mala!... me prometiste seguir el cuento del Gran Lago”

—“Bueno ... Bueno ... Marinita. El cuento del Gran Lago comienza con los Dos Niños que están de pie sobre el barranco, viendo hacia abajo las luces de Córdoba, encendidas en una noche de luna llena. Porque esta ciudad es una hondonada ¿Sabías? Sí, así es. De modo que si desde las barrancas llenas esa hondonada de agua, se convierte otra vez en el Gran Lago que antes existía”

—“¿Cuándo?”

—“Hace mucho ... muchísimo tiempo”

—“Yo nunca los vi”

—“Yo tampoco”

—“¿Cómo sigue? ¿Qué más hicieron esos niños?”— solicitó con mimo la nenita

—“Sí, sigue”— expresó Luz —“Estaban los dos niños en la punta del barranco, mirando hacia abajo la  ciudad de Córdoba toda iluminada en una noche de luna llena”

—“¿Y ya no está el Gran Lago?”

—“No. Ya no está”

—“Lástima”

—“Y el segundo niño, quien habíale prometido una estrella, le dijo así al primero: ...¿Vienes conmigo? Voy a darte mi ofrenda ... Y los dos niños bajaron de la mano hasta el límite de la barranca de greda roja, junto al Puente Centenario, que separaba el gredal de  las casas donde vivía la gente”

—“¿Dónde era? ¿Había árboles?”

—“Algunos ... estaba el Parque de las Heras, igual que ahora”

—“¿Con las hamaquitas celestes y los toboganes? ¿Con las fuentecitas blancas de la entrada? ¿Con esos sapitos de piedra que pisamos al saltar dentro de las fuentes todos los chicos?”

Las preguntas de Marina ponían las cuentos en tiempo real, pues necesitaba entrar en ellos. Luz debía colorear muy bien el ambiente relatado.

—“A lo mejor, pero ellos no iban a jugar. No. Se acercaron a los viejos faroles coloniales llenos de ribetes, y eligieron uno que emitía aquella luz color rosa. El primer niño, nuestro amigo, esperó abajo mientras el otro niño recogía la lámpara que estaba recubierta de una capa de polvo. Luego de bajar la estrelló contra el suelo y su contenido se desparramó alrededor de ellos”

—“¿Y qué tenía, gas o kerosén?”

—“Nada de eso Marina, estaba llena de unas perlas rojizas y brillantes.”

—“¡Huy!”

La expresión de la nenita iba acompañada de gestos muy expresivos. Colocó sus manos sobre las mejillas y púsose a saltar en el sillón, pero sin pisarlo con los pies. Luz le acarició el rubio cabello tratando de calmarla. Marina era toda emoción ante lo fantástico, más aún, cuando penetraba dentro de los cuentos.

—“El primer niño las tomó para guardarlas en sus bolsillos y una substancia pegajosa se adhirió a sus manos”— prosiguió Luz —“¿Qué tienen? ... le preguntó al otro niño, el cual le contestó: ...Están llenas de un líquido precioso. Es miel de camoatí. La miel rosada de los montes. Tienen estas perlas un orificio en un extremo, por donde podrás beberla. Y además de su dulzura poseen un soplo mío en su superficie”

—“¿Un soplo? Yo soplé seis velitas en mi cumpleaños”— interrumpió la nena

—“Sí, algo parecido Marina, pero sigo el cuento. Entonces... dijo el primer niño ...si tengo los bolsillos llenos de perlas y me son demasiadas, voy a compartirlas con los demás habitantes de la ciudad, para que tu soplo se irradie a todos los hogares. A todas aquellas luces que dibujan la noche sobre la tierra, como un segundo firmamento.”

Las frases e ideas de Luz en su entusiasmo por crear imágenes, habíanse vuelto complejas para Marina. Pero la pequeña encontrábalas hermosas y se puso a aplaudir. No sabía aún lo que era un firmamento, ni un soplo, ni una irradiación, pero sentíase feliz oyéndola.

—“Y así diciendo fue a tocar las puertas de todas las casas. En algunas llamó una vez y bastó para que le abrieran. En otras tuvo que imponerse a golpes fuertes, y en las últimas nadie respondió. Una multitud comenzó a rodearlo... ¿Ven estas perlas? ...les dijo él... Es miel rosada y contienen el soplo del niño más antiguo de estos parajes. El vivía ya cuando nuestra Córdoba era sólo un futuro, y su base el lecho de un milenario lago. Nosotros aún no estábamos ¡Pero recojan cada uno su perla y será feliz! Y la luz de la luna no opacará las estrellas, en medio de la noche, porque tendremos nuestra luz propia”

Luz en su entusiasmo por el relato no advirtió la presencia de Martín, quien se escurrió detrás de ella sentándose cerca suyo. Con sus pliegos de planos como estudiante de ingeniería, quien la oía muy interesado. Ella continuaba:

—“¡Bebamos un sorbo de esta miel! Alcanza para todos. Podremos caminar entre la multitud de seres en una urbe sin desconcertarnos. Podremos subsistir sin emprender la huida hacia la sierra, en busca de aire puro. La multitud lo miraba asombrada ...No vemos las perlas... le dijeron ¿Has visto a un niño? ¿Cómo era? ¿Conoce toda la historia de estos rincones y habitaba junto al Gran Lago? Entonces has conversado con un Angel y estás iluminado”

—“¿Un Angel?”— expresó con sorpresa Marina despertando del entresueño

—“¡Quiero ver al Angel! ¿Yo no puedo verlo?”

—“Tampoco yo, nenita. Lo vio el primer niño. Todos se acercaron a él y se arrodillaron frente suyo, tocando la frente con el suelo. Luego le colocaron una corona con flores de aromo. Algunos albañiles comenzaron a levantar una pared y en poco tiempo lo rodeó la construcción de un templo. El niño volvió a llamarlos con los ojos cubiertos de lágrimas... ¡No! No me encierren, soy un niño y quiero jugar. Les ofrezco este precioso dulce. Todos sorberemos un poquito ¿No quieren? Yo necesito jugar mucho tiempo todavía”

La pequeña Marina ya no podía penetrar en aquel cuento de ensueño, y buscó el propio sueño donde finalmente fue cayendo. Atrás de ellas, Martín seguía muy interesado el relato. La nena mimosa estaba en la falda de Luz. En el asiento vacío se acomodó el muchacho, quien le dijo:

—“Sigue, quiero oír la continuación, me ha gustado mucho”

—“¡Me has sorprendido, Martín!”— dijo sobresaltada Luz, y algo enojada, pero decidió continuar

—“Alrededor del niño las paredes se elevaban muy altas y ya habían comenzado a poner las vigas para el techo, cuando de improviso descendió desde arriba el otro niño. Los dos se abrazaron y comenzaron a elevarse, huyendo de la multitud. De sus bolsillos cayeron todas las perlas menos una. “Guárdatela” ...le dijo el Angel... Es tuya. Las otras quedarán diseminadas por las calles de nuestra ciudad, y el que desee y busque, podrá sorber la suya”

—“¿Nada más? ¿No tiene un cierre? En un cuento el final es siempre muy aguardado”— le observó Martín

Luz salió de su temor y decidió continuar. Ella era espontánea creando ideas, pero ahora debía pensar ese final, que el muchacho le requería. Y así siguió:

—“Me equivoqué ...murmuró el primer niño... ¡Tenía tantas! pero no las veían ¿Por qué venían hacia mí los enfermos y los tristes? Querían que los tocara con mi mano. Yo sólo podía extenderles a cada uno su perla rosa, llena con la miel de camoatí de los montes. Ahora atravesarán las sierras para cazar un enjambre silvestre, llenándose de picazones ¡Y había aquí para todos! No ... No quiero que me encierren otra vez. Quiero ir a jugar. Las perlas rosas estarán desparramadas durante el día y la noche ...¡Me voy solo con la mía!... Y dándose ambos un beso muy dulce, los dos niños se despidieron”

Martín juntó sus dos manos aplaudiendo. El rostro de Luz tenía un tinte rosado.

—“Luz”— dijo Marina con los ojos semicerrados por el sueño —“quiero una cucharadita de miel”

—“Bueno, nenita mía. Junto con una tajada de pan. Te la voy a llevar a la cama”— le contestó ella

—“¿Y el cuento de la arañita? Me prometiste...”

—“Sí, Marina, cuando estés acostada”

—“No conocía tus encantos Luz, me has sorprendido, tienes mucho talento”— finalizó diciéndole Martín



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