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 FABULAS DE LOS ESTUDIANTES- NOVELA (septima entrega)

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Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez


Cantidad de envíos : 695
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MensajeTema: FABULAS DE LOS ESTUDIANTES- NOVELA (septima entrega)   FABULAS DE LOS ESTUDIANTES- NOVELA (septima entrega) Icon_minitimeVie Sep 04, 2020 10:37 am

FABULAS DE LOS ESTURIANTES
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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FÁBULA  SIETE
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INSOMNIO
.....................


Se hallaba con la cabeza colocada sobre la almohada. El reloj de la sala anunciábase cada media hora con sus campanadas.

—“Una campanada, son las diez y media”— repetía ella —“Once campanadas. Ha pasado ya media hora. No me había dado cuenta. Once y media. Doce. Medianoche”

La puerta de calle se abrió sucesivas veces. A las nueve primero y por último a la una y media, cuando el reloj de la sala comenzaba a girar de nuevo por su círculo con números romanos. Los pasos de los jóvenes se escuchaban por el pasillo yendo a ocultarse en sus respectivos dormitorios. Finalmente los nietos llegaron ya a casa.

—“No puedo dormir”

El dormitorio estaba muy obscuro. Negro. Sus ojos fueron acostumbrándose a aquel color, y el escenario comenzó a aclararse. Un gris verdoso envolvía la cama y la mesita de luz, donde ella había colocado sus útiles de escuela.

Cerró los ojos.

La obscuridad parecía continuarse dentro de ella. Luego, sin abrir los párpados, comenzaron a aclarársele todas las imágenes que rodeaban aquel lugar. La cama, la mesa de luz y la mesita con los útiles escolares. Un libro, un apunte, dos carpetas, una regla y dos lapiceras virome. Una negra y otra azul. La goma de borrar tinta estaba caída en el suelo. La tocaba con la vista, también podría tocarla con la mano. Se arrimó y levantó la goma. En la habitación jugaba una criatura. Era Andrea.

Divisó su rostro severo sostenido por aquel cuerpo infantil. Un delantalito color gris protegía su vestido.

—“Mira”— le dijo la niñita acercándose —“Mira qué lindo vestidito tengo. Cuando juego me lo ensucio. Por eso lo protegen colocándome este delantalito feo ¿Ves? Pero es muy bonito. Celeste con lunares blancos. Cuando lleguen aquellas señoras me sacarán el delantalito gris. Entonces voy a la sala de la mano y doy un giro. Y todas se admiran ¿No es cierto?”

—“¿Falta mucho para que ellas lleguen?”— le preguntó Luz

—“Cuando no es una, es otra señora, siempre llegan. Pero... ¿Puedes decirme dónde están los caramelos? Hay un paquete lleno en aquel ropero. Está con llave. Cuando llegan las otras niñas puedo servirme un puñado lleno. Ellas sólo se sirven del paquete más chico. El que tiene los caramelos duros. Porque yo soy la muñeca ¿Sabes? Para mí está aquel sillón azul. Las otras niñas se alejan al patio y juegan sin mí. Me acerco y mi prima Dolly me contesta: ...A nosotras no te acerques. Juega con tus caramelos de chocolate y leche. Los blanditos. Son tuyos solamente ¿No es cierto? Ella siempre busca decirme algo feo... Y yo me quedo sola en el sillón. No hay ningún niño a mi lado. Sólo uno se me acercó, se llamaba César, pero murió pronto. Una mañana de sol, jugando al carnaval, cuando yo cantaba un poema”

La niñita Andrea giraba levantando el cobertor, y mostraba en cada giro el vestidito celeste de lunares.

—“¿Siempre estás sola?”— volvió a preguntarle Luz

—“No. Nunca. En realidad no estoy sola. Conmigo está una anciana y yo estoy siempre con ella. Aunque los demás cuartos permanezcan vacíos. A su lado paso mis horas y ella me ha brindado mi mejor tesoro. El único que guardo de esta infancia. Es esta medalla ¿La ves? Está vieja y gastada, pero me la ha dado ella, la que pasa las horas conmigo. Aquí en el sillón de mi costado. Ella no puede darme esos caramelos blandos. Prefiero sus galletas con olor a naftalina, porque las guarda entre sus ropas para todos sus nietos. Pero están a la vista durante todo el día”

—“¿Y no son más sabrosos los caramelos blandos?”

—“Quizás. Pero puedo probarlos, sólo algunas veces. Cuando están todas las otras niñas presentes, para que yo quede siempre más linda que ellas ¡Soy la muñeca! ...Pero me molesta este delantalito que llevo puesto arriba de mi vestido. No puedo ver sus lunaritos blancos ¿Me ayudas a sacármelo? Quiero ir a jugar con las otras niñas. Quiero lustrar mis zapatitos. Yo sola. Me aburro en esta casa. No puedo declamar versos. Esos pequeñitos que escribo en mis cuadernos de la escuela. Las señoras se enojan. Pero la anciana los guarda en su ropero junto con las galletas”

—“¿Por qué se enojan ellas?”

—“Porque dos más dos son cuatro, y cuatro menos dos son dos ¿Sabías? Y esto es lo único que importa para la nota de la escuela. Algunas niñas reciben escarapelitas de premio. Comprenden todas las sumas de la aritmética. Las señoras quieren que yo les traiga una escarapela. Por eso me colocaron esta cinta de terciopelo en la cabeza”

—“¿Un premio? Yo te doy un premio por tus versos”— díjole ella asombrada -"Pero debes ser más tolerante Andrea porque exajeras mucho. Si sigues así caerás en el ridículo"

Luz estaba emocionada y creía comprender mejor a Andrea, luego de esta conversación entre los vapores del insomnio.

—“¿Pero conoces el cuento de la perla blanca y los pescaditos de colores? Si se los cuento a lo mejor las otras niñas vienen a jugar conmigo”

—“Creo que sí vendrán, pues ese cuento es muy bonito”

—“¿Me ayudas a sacarme el delantal gris? Ya no me importa que se enojen las señoras ...¡Total!... tengo esta medalla que llevo puesta sobre el cuello”

—“Si. Es muy linda y la quieres mucho— le respondió Luz —Pero yo no puedo desprenderte el delantal. Tienes que hacerlo sola”

La niña Andrea comenzó a alejarse de la habitación. Abrió la puerta y la dejó entreabierta. Otra figura apareció en el umbral.


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