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 Historia de un Detective (18)

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Jaime Olate
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Historia de un Detective (18) Empty
MensajeTema: Historia de un Detective (18)   Historia de un Detective (18) Icon_minitimeSáb Dic 10, 2016 10:31 pm

Una Confesión … No Vengo de Otro Planeta.

“Me fui en volada”, es decir mi imaginación se desbocó al extremo que casi creí ser Clark Kent. Pero no es así, por desgracia. Estaba escribiendo, lanzado ya, el siguiente capítulo, pero afortunadamente llegó un cliente a mi Taller de Cerrajería que me regresó a la realidad.
Apenas quería una miserable copia de llave y me despertó del hermoso sueño que había empezado a escribir. Lo recordé como uno de mis primeros clientes hace 21 años a la fecha, ahora venía cojeando, arrugado, casi tan calvo como yo y el cabello totalmente blanco. Bueno, eso no sería nada, tuvo la mala idea de decirme “Oiga maestro, ¡Utas que está viejo”; le contesté con la cortesía que me caracteriza “ Y usted, señor, .. por lo menos yo camino bien todavía”.  COSAS DE LA VIDA.

¡Ejem! Perdonen la introducción patética a este capítulo, ahora debo ordenar mis ideas, pues continuaré con otras cosas que realmente me sucedieron.

Durante el primer mes que estuve trabajando. ¿Trabajando?, más bien aprendiendo en terreno aquello que había conocido teóricamente en la Escuela, sentí que me estaba aburriendo.
Las bromas de mis colegas antiguos y sus risas, a las que me sumaba con mi buen humor, era lo único que impedía que empezara a renegar por haber entrado a un trabajo que creía iba a ser igual a las películas. Cuando manifesté que ya conocía las actividades rutinarias dentro y fuera del Cuartel, los “ratis” comprendieron que yo había creído que trabajaría como los héroes del cine y me hacían acompañarlos a sus diligencias.
Cada vez me sentía más desilusionado. Las indagaciones no pasaban más allá de hurto de aves, ropas sustraídas desde los tendederos y de paso hacíamos las citaciones al Tribunal, que fueron los primeros “papeles”, órdenes, con que debía iniciarme de acuerdo al criterio de mi Jefe; ya llegarían hurtos y robos y, quien sabe, investigar la muerte de alguna persona ya fuera homicidio, muerte por accidente o simple deceso natural.

El Comisario tenía por costumbre, muy buena y que entre muchas de sus actitudes copié cuando tuve a mis órdenes una Comisaría, comer en una sala destartalada con una enorme y firme mesa que hacía de mueble comedor. Allí jugábamos al naipe, dominó y otros juegos de salón, comiéndonos un emparedado con café o té o cualquier exquisitez que alguien traía, pocas veces bebidas alcohólicas y en mínima cantidad sin llegar a emborracharnos. Allí las conversaciones rara vez eran ajenas a nuestro servicio (casi nunca hablábamos de fútbol, cine u otros temas) de modo que aprendí en la mejor forma junto a otros novatos la rutina de un Detective.

Sin embargo, comencé a ver la realidad de la vida policial. No recuerdo qué número de guardias había realizado, vi que llegaron mis colegas con un muchacho de mi edad aproximadamente. Con curiosidad pregunté por qué lo detuvieron; se notaron molestos por mi interrogación que al final debían informarme para inscribirlo en el Libro Control de Detenidos, de lo contrario yo sería cómplice de una ilegalidad.
Esta parte de mi historia la relaté en el cuento “Pirín el Feo”. Ocupado en la Sala de Guardia, atendiendo al público que llegaba a denunciar algún delito o simplemente a declarar, además de responder el antiquísimo teléfono ( ¡Ja, era tan viejo que funcionaba con una manilla para lanzar una señal electrónica con un generador de corriente!). Tuve la mala idea de pasar por la sala de interrogatorios y … quedé pasmado; al pobre muchacho lo había llevado como sospechoso del hurto de CUATRO GALLINAS y se disponían a torturarlo. Se sintieron muy mal cuando les dije que nuestra legislación contemplaba el Hurto Famélico, o hurto por hambre. El desagrado o desilusión fue tan grande que pensé hasta retirarme de la institución; relaté estos desagradables hechos en un cuento como demostré mi desaprobación para finalmente dejar libre al supuesto ladrón.

La otra historia que escribí, totalmente real, fue “Cuándo Nos Dejará Libres Señor Detective”.  Como novato, no quiero disculparme con la verdadera competencia poco deportiva que teníamos los novatos por ver quien llevaba más detenidos y que a fin de mes se hacía un ranking del Detective más activo.
Llevé detenido a un par de ancianos por un delito que en la orden de aprehensión sólo decía el número de un delito que pertenecía a un código que no logramos encontrar. El Magistrado montó en cólera cuando vio que le llevaba al matrimonio; furioso me preguntó cómo no iba a conocer que la ilegalidad de los ancianos radicaba en “haber inscrito por segunda vez en el Registro Civil el nacimiento de un bebé” de una de sus hijas y que ellos decidieron hacerlo pasar por hijo legítimo. Ese Juez esperaba que nosotros no los detuviéramos, que nos hiciéramos los desentendidos.
Se trata de un asunto muy doloroso por ignorancia justificada, pues ni siquiera los abogados criminalistas conocen tal delito, menos la generalidad de los ciudadanos. La policía civil conoce muy poco el Código Civil y otros, por dedicarse mayormente a los Simples Delitos, Delitos y Crímenes y muy rara vez (me sucedió años después, pero ya había aprendido dolorosamente mi lección y supe comportarme con otro par de ancianos, por una falta a la Ley de Alcoholes que los Detectives no trabajamos). Cada vez que iba a dejar a la cárcel a un detenido escuchaba el grito de la anciana: “Cuándo Nos Dejará Libres Señor Detective”, durante un par de meses y el Juez los dejó libres con algún resquicio legal.

Sin embargo, aprendí rápidamente y así ocurrió cuando en una de mis primeras guardias llegaron mis colegas con un grupo de homosexuales, o Tercer Sexo como se llamaba en esa época. Se trataba del reclamo de un vecino de estas personas y consideraba que esa casa era un antro de depravación, por lo que el Comisario debió actuar ante la denuncia que después aclaramos no procedía, por cuanto el comportamiento sexual era privado y no público. Quedaron encerrados momentáneamente en los calabozos.
El auxiliar fue a avisarme a la Guardia que uno de los novatos con más antigüedad que la mía, estaba golpeando a un chico de unos 16 años. Corrí a ver qué ocurría y de un empujón aparté a mi cobarde colega que daba puñetazos en las costillas y vientre al pobre muchacho. Esta historia la titulé “Un Desagradable Abuso Policial”.
La parte agradable de este narrador comenzó cuando, como un reguero de pólvora, en Coronel se conoció mi regreso como flamante Detective. Nos reuníamos en la plaza de armas, donde se sumaban los amigos y permanecíamos hasta medianoche entre alegres charlas y bromas. También comenzó mi vida romántica, pues mi antigua timidez la “tapaba” mi placa policial y un revólver Colt .38; mi popularidad creció como nunca me podría haber imaginado, pero … asimismo la envidia quiso castigar mi triunfante camino, sin que yo le diera importancia.

Y continuaron mis pequeñas aventuras hasta que fui creciendo como persona y como Detective. Mientras tanto la juventud de nosotros los novatos tuvo sus naturales altibajos; o éramos héroes o Detectives estúpidos, no había término medio. El mal llamado sexo débil nos hizo sufrir y gozar, así también nos acarreó problemas de celos de sus correspondientes novios o lo que fueran; pero, sin duda, las novias nos llovieron. Sin rencor, pues son cosas de la vida, aún recuerdo a aquellas muchachas que antes me rechazaban por ser el hijo de un minero del carbón; borrada la timidez, me paseaba jactancioso frente a ellas, con hermosas chicas que paseaba en una enorme motocicleta que adquirí a los pocos meses de mi regreso a mi ciudad, dejando abandonada aquella que mis amigos habían bautizado como “la juguera” por el ruido similar que emitía esa pequeña y primera moto que había comprado y dejado abandonada en mi hogar.
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