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 La Adivina

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León Perro
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La Adivina Empty
MensajeTema: La Adivina   La Adivina Icon_minitimeSáb Jun 18, 2011 3:53 pm













La adivina










Letras y Algo Más













Presentación



Quien vea este libro que coordiné -por ejemplo, repartiendo personajes- creerá que me dio mucho trabajo. No es cierto. Surgió espontáneamente leyendo los textos de mis compañeros de página, Letras y Algo Más. Ellos lo inspiraron y sustentan plenamente con su talento.
Cada autor supo darle a sus personajes una vida interior tan rica, que se puede leer tanto como unitarios independientes que como una propuesta global y ambiciosa.
No tengo que agradecer a nadie, la confianza que nos tenemos me lo impide. Sólo quiero dejar constancia que un proyecto tan cálido sólo es posible en una página como la nuestra, Letras y Algo Más.


antifaz
Federico Rodrigo IV, Uruguay.














1



Apenas estaba ordenando mi escritorio para volar a jugar un partidito de fútbol con los chicos de la universidad, cuando me cayó el plomo del Jefe de Redacción con un auténtico ladrillo, entrevistar a la adivina europea que llegó a la ciudad para hacerse de unos pesos más gracias a la incredulidad de la gente. ¡Dios! Y para colmo de males la tengo que entrevistar, justo yo que no creo ni muerto en esas cosas.
¿Y qué diablos le pregunto? Sentado frente al ordenador en medio de un inmenso mar de escritorios prolijamente abandonados por mis colegas, no podía creer lo que me acababa de pasar. Y pensar que estaría jugando a la pelota en estos momentos… Una buena pregunta sería ¿quién va a ganar el próximo campeonato mundial? ¡Qué estupidez!, tengo que ser más serio. Está bien que ni fu ni fa con esto del futuro, pero hay que escribir algo coherente aunque no me lo crea.
Podría preguntarle cómo empezó con el curro éste, al fin y al cabo es vivir de la miseria ajena, de los anhelos y expectativas de los demás. Pero, ¿y si es cierto?, ¿si la húngara se las sabe todas y responde con la justa? ¡Ahí te quiero ver! Sería el momento adecuado para preguntarle por mi futuro. ¿Qué me depara?, ¿me junto o me caso? Cierto, ya estoy casado. ¿Si vamos a ser felices? Porque al fin y al cabo esas cosas son importantes. Pero es evidente eso, no puedo ser tan menso. La gente quiere saber sobre cosas más importantes, sobre el fin del mundo, la bolsa de valores, si va a llover… En fin, las cosas que les interesan.
La Redacción seguía solitaria salvo por el ruido de alguna aspiradora por el fondo, donde los muchachos de la limpieza comienzan siempre. Las ventanas todavía iluminadas por el sol de la tarde que apenas se vislumbra entre tanto edificio. Una taza de café, la tercera a decir verdad, que humeaba impaciente ente mis manos.
Dicen por allí que la curiosidad fue la causante de la muerte del gato. Y yo estaba a punto de convertirme en ese gato, dejando de lado mi escepticismo, y sumergirme en una entrevista que apenas podía creer que me había tocado hacer. Está bien que soy “el nuevo” en esto, pero se nota a la legua que no me interesa. En fin, agaché la cabeza, tomé un sorbo de mi tercera taza de café y dejé que mi cuerpo tomara la forma de ese gato que no podía vivir sin saber qué había en esa caja tan curiosa.
Apoyé la taza sobre el escritorio sin darme cuenta que debajo estaba la carpeta que me había comprado mi mujer cuando entré a trabajar al Diario. ¿Iremos a estar casados para siempre?, ¿cuántos críos vamos a tener? Porque por ahora tenemos uno y por lo demás no hay como mantener a otro. Pero bueno, si viene, que venga. ¿Vendrá?, ¿tendremos un casal? ¡Ya me imagino la bola de cristal llena de caritas parecidas a mí! Porque siempre dicen lo mismo, qué vas a ser feliz, qué vas a tener muchos hijos y toda esa caterva de cosas que hay que escucharles. De sólo pensar que me dijera que sí, me muero. ¿Con qué los mantengo? Ni haciendo radio, tevé y cadenas internacionales.
A veces me pregunto por qué me toca estas cosas a mí. He ahí una buena pregunta, ¿por qué a mí? No es que no esté contento con lo que tengo, por el contrario, pero nunca meter un numerito en la quiniela, nunca un partido fácil donde pueda lucirme, nunca ganar un campeonato... Si por lo menos me pudiera decir cómo hace para saber todo sobre los demás. ¿Ves?, ésa está buena, una pregunta que le interesa al público. La misma pregunta estúpida y previsible de todos los tiempos. Al fin y al cabo dice tener un don, así que por algún lado debe sacar la información. ¿Tendrá línea directa con Dios? Porque si la tiene le daría un recadito, en realidad, un flor de reclamo. Pero bueno, no es la ocasión. A ver, concentración, que me estoy yendo por las ramas.
Ambas manos en la frente y dejo que mis anteojos resbalen lentamente por mi nariz mientras miro pasar alegremente a dos fulanos de la sección de infantiles que me saludan camino al ascensor. El café ya está medio frío pero no me importa; en realidad sí. ¿Qué le pregunto? La fiaca me invade pero logro levantarme y llegar a la cafetera que está al final del pasillo corto que da a los baños. Un lugar horrible pero todo el mundo, tarde o temprano, pasa por ahí.
La cafetera todavía prendida parecía una premonición de lo que me esperaba más tarde. Me serví casi hasta el borde de la taza ese líquido negro y fuerte que me levanta el espíritu y, volví a evaluar todas mis opciones para esta entrevista. Tenía un cuestionario base, ése con que siempre se arranca. Tenía algunas intrigas personales, ésas que tiene que ver con la felicidad, la carrera y si el partido del viernes lo íbamos a ganar, pero me parecieron trivialidades. Todavía me faltaba “la” pregunta.
Mientras caminaba hacia el escritorio volví a mirar la pizarra de las notas entregadas y descubrí que había algo que nunca se me había ocurrido antes. Sonreí y me dije en voz baja que no era tan incrédulo después de todo.
Me senté en mi silla y miré mis notas mientras sorbía el café. Estaba listo: las preguntas, la profesionalidad y mi incredulidad bien guardada para esta ocasión. ¡Ése toque personal que debe distinguirme! Dejé la taza, tomé mi saco del perchero, apagué el ordenador y, con mi agenda bajo el brazo, salí de la redacción rumbo al hotel del centro para pedir la dichosa entrevista.


CzarOeuf
Diego Bras Harriott, Argentina.

























2

Este café está rancio. Claro, si todavía no he hecho ninguna cafetera. Este cliente casi me pilla en la cama. Y sin casi porque dos minutos después de ponerme la bata ha sonado el timbre de la puerta. Esto de no gustarme tener una doncella o secretaria que ordene mis citas y se preocupe de pasarlos a la sala de espera… ¿Pero qué sala de espera?, si no tengo ninguna.
Sí, me gusta vivir sin ataduras, sin horarios fijos, sin obligaciones. Lo único que necesito es un espacio de tiempo entre cliente y cliente para poner en orden estos pensamientos míos, desordenados y confusos, aunque creo que nunca ordeno nada en mi mente. Este caos de recuerdos que no son recuerdos sino una corta reflexión de los momentos actuales.
Sólo sé que debo cumplir esta misión de ayudar al prójimo encomendada por no sé qué sino, ente o energía universal. Este don de la adivinación, si se puede llamar así porque yo lo llamaría sabiduría aunque parezca una vanidad. Pero es sabiduría contemplar a una persona y saber con seguridad cómo se siente, qué sucesos la inquietan, si está triste o alegre, si sufre o no, si guarda en su corazón el rencor y la maldad o si encierra en él el perdón y el amor.
Otra vez el timbre, ya no recuerdo quién es el próximo ni lo que pensaba. ¿Ya ha pasado media hora? Debes serenarte Mayra. Y cumplir, sobre todo cumplir. La gente viene a ti porque confía, necesita tu ayuda y sabes cuánto te lo agradecen. ¡Si soy como un confesor…! Un psicólogo, les escucho y los miro a los ojos. ¡Si ellos supieran cómo su mirada es una ventana por donde asoma el alma!
¡Cuántas anécdotas y secretos ajenos guardo en mi corazón! Me pregunto qué hay dentro de mí para proporcionarles esa serenidad. Debe ser algo innato; sí, porque lo he tenido siempre, bueno… Siempre desde que me acuerdo. Y mis primeros recuerdos son de juventud, no de infancia. ¿Acaso sufrí algún trauma en esa infancia olvidada y eso despertó este don?
Aquí está el nuevo paciente, una mujer. La mayoría son mujeres. ¡Pobre almas perdidas las nuestras! Este mundo no está hecho para nosotras. Trae ansiedad en el alma, esperanza triste en los ojos; está falta de amor, sus manos están frías…, solas… y lo peor es que no veo una solución. Tiene una sonrisa hermosa, necesita paz, la vida no siempre cumple nuestros deseos y ella eso no lo sabe; espera… espera tal vez demasiado. Me mira con avidez, intenta conseguir de mí cuanto desea como si yo fuera un dios dispuesto a otorgar todos los caprichos. Pero la vida no es así, da por un lado y quita por el otro.
A veces me pregunto porque a mí me ha negado el amor tanto como lo he deseado. Pero sé que yo no estoy aquí, en este mundo, para recibir amor sino para ofrecerlo y de eso se me pedirá cuenta. ¡Ay, qué difícil es ayudar a otros y cuán doloroso! Ya me gustaría tener una varita mágica, decir unas palabras enrevesadas para que surgieran de la nada todos los deseos de cada uno, como si fuera un Aladino con su lámpara mágica. Pero soy una simple mujer, “la adivina”, como me llaman…
La adivina que no sabe adivinar su propia vida. ¿Por qué yo no he conseguido el amor? Sólo puedo ofrecerlo; sí, allí donde voy, surge el amor y la paz. Bueno, se fue serena, conseguí hacerle comprender que la vida no es el capricho que uno quiere, es… la voluntad de alguien o algo invisible que no se sabe dónde está. ¿Será eso Dios?
Me pregunto por qué he sido escogida para esta misión. El día que fui más consciente de esta gracia especial, porque eso creo que es, fue aquella noche en casa de Carmen. Aquella chica morena poseía también una fuerte energía. Leía las cartas del Tarot y de vez en cuando, reunía a unas cuantas personas con las mismas inquietudes para hacer unas sesiones de relajación y meditación. Cuando llegué, sólo había tres o cuatro personas y fue muy impactante oír decir aquellas palabras al hombre que iba a dirigir la meditación: “¡Caramba, qué energía más fuerte ha entrado!”
Sí, era mi energía, era yo. Yo. ¡Uy, la cafetera! Se me olvidó otra vez. Voy a prepararme otro café, sólo me queda un paciente y por la tarde me dedicaré a la meditación. Necesito poner mis ideas en orden, empiezo a estar cansada y no sé por qué. La verdad es que tampoco puedo quejarme, sería ingratitud. Sí, sé que en mi vida hay muchas lagunas, sobre todo en la infancia.
Tampoco he conseguido ser amada por un hombre por mucho que me esforzara. Nadie comprendió mi carácter, mis ideas. Y yo tampoco comprendí las de ninguno. Para mí eran superficiales. Mi alma gemela no se encuentra en este plano en el que ahora me encuentro, de eso estoy segura. Sólo nos reuniremos cuando deje esta vestidura carnal para ser, otra vez, espíritu.
Sin embargo, no me puedo quejar. No. Vivo cómodamente aun sin cobrar nada a esta pobre gente necesitada que viene en busca de paz para sus almas, a confesarme sus secretos, a desahogar sus inquietudes conmigo. Ellos dejan lo que quieren. A veces me envían sobres con mucho dinero. Y si bien es porque pueden, lo importante es que lo he logrado otra vez. Siempre tengo lo suficiente para vivir bien. Viajo, conozco mundo y de paso, intento ayudar al prójimo con este don bajado del cielo.
Me lo dijo Carmen, un día. “Tú no serás millonaria, Mayra, pero no tendrás necesidades.” Recuerdo cuánto me reí. ¿Cómo no voy a tener necesidades?, le dije. “No sé…”, respondió, “pero aunque no tengas dinero, siempre que lo necesites te llegará de alguna manera”.
Y es curioso, pero así ha sido siempre. El dinero llega inesperadamente. Ahí está el próximo, voy a abrir la puerta. Éste es un señor un poco pesado, habré de tener paciencia… Encenderé una varilla de incienso de sándalo… Eso, a veces, los relaja.


Xanino
Magda R. Martín, España.




















3


La quedó mirando como niño a quien le dieron la noticia de que no tendrá más la bicicleta.
¿Cómo era posible que lo abandonara después de tanto tiempo, de tantas noches de pasión, de tanta entrega? Hasta ahora, estaba seguro de que su vida hubiera sido siempre esa. Así lo aseguraba la cantidad de veces que soñó siendo un hombre casado, tener una amante con quien sentirse pleno al hacer las cosas que el matrimonio no permitía. Un macho viril como lo fue su padre, al que nunca le faltó una mina fuera de casa. Pero… eso sí… a la mujer y a los hijos los tenía en un altar. Jamás les hizo faltar nada y se portó como un marido y padre ejemplar. Sentía la admiración de la familia, de los amigos y compañeros de oficina, hasta de los vecinos. Cosa que se podía notar a simple vista.
Siendo un hombre cincuentón y ante el no va más de ella, que simplemente había dejado de quererlo, no pudo dejar de sospechar de su virilidad. ¿Es que ya no la hacía feliz? Giró la cabeza a la izquierda buscando el reflejo del vidrio. Vio un hombre maduro, entrecano, con papada de viejo y un prominente abdomen. Bajó la cabeza y la clavó en la taza de café vacía.
Esa tarde, para colmo, llovía a mares. Ella rechazó la invitación de llevarla y pidió al mozo un taxi que no tardó en llegar. Se quedó haciendo tiempo para volver, le había dicho a su mujer que tenia una reunión de trabajo y volvería tarde. Cuando el encargado del lugar levantó la última silla, pagó y regresó tratando de recomponer su imagen.
Con el pasar de los días, la angustia se le hizo insoportable. Fue entonces que decidió desahogarse contando lo que le ocurría. Pérez sería quien le pondría la oreja, le debía muchos favores y era incapaz de traicionarlo. Se sorprendió cuando Pérez le dijo que ya lo sabía, que se lo había contado Norma, la de Personal. Creyó enloquecer; Norma era hermana de una amiga de Rosana, su hija. Por lo tanto, su familia ya lo sabría todo.
Desorientado, regresó a su casa rogando que le dieran tiempo a planear una estrategia que fuera capaz de realizar el milagro de dejarlo bien parado.
En el living no había nadie y no se escuchaban ruidos ni voces de presencia alguna. Se quitó el saco, aflojó la corbata y se dejó caer en el sillón cerca del teléfono. De pronto, descubrió una tarjeta sobre la mesa ratona. Anunciaba que una famosa adivina internacional se encontraba de visita en la ciudad y aceptaba consultas. Había un teléfono para concertar las citas y la dirección de un lujoso hotel céntrico.
Realmente, eso es lo que necesitaba. Una adivina que le enseñara la salida, porque él no la veía…

En la cesión se enteró de que nada cambiaría. Su familia, sus amigos y hasta su trabajo, seguirían su curso natural. No tenía ninguna importancia que ella lo hubiese abandonado. Todo permanecería igual mientras su esposa continuara siendo la amante del dueño de la empresa en que trabajaba.


Ricardo Cesar Garay
Ricardo “Cocho” Garay, Argentina.





4



Este dolor en el bajo vientre me está matando. Mi amiga dijo que eso es normal. Aunque no es un dolor fuerte pero… Es molesto, como esos dolores menstruales. Y esto de estar lavando la ropa de la familia a mano me mata… ¡por qué no repararán el lavarropas!
Seguramente deben estar ahorrando para ir a la consulta de la adivina. Los escuché hablar en la cocina. La señora dice que quiere ir a verla y el señor se ríe de todas esas cosas. No cree en nada. Pero yo sí. Creo y de verdad. No sé de dónde, pero de algún lado reuniré el dinero para consultarla. Estoy desesperada y mi desesperación aumenta cada día que pasa…
¿Cómo pudo mentirme? Me dijo que se cuidaría… ¿Cómo volver a creerle si ya desde el principio me mintió? Un mes de novios… ¡Qué locura! Cómo me dejé convencer… Es que él decía que eso iba a ser la demostración de cuánto lo amaba. Además, sería mi primera vez… ¡Y mirame cómo estoy! Y no por inocente. Porque en mi pueblo, en la escuela nos hablaron sobre éstas cosas.
¡Si supieran que mis lágrimas les están lavando la ropa! No puedo evitar que se mezclen con el agua del lavado. ¡Me siento desesperada, no aguanto más con esta situación! ¡Dios, tenés que ayudarme! Estoy segura que la adivina me la mandaste vos.
Es todo tan incierto. Necesito saber si tendré al bebé. Necesito saber desesperadamente si el Juan será el padre que necesita. Si viviremos juntos como una familia bien…
Sí, debo consultarla. ¡Debo consultarla cueste lo que cueste! Le pediré al Juan que me dé parte del dinero. Al fin y al cabo, es responsabilidad de él, también. Lo más probable es que me salga con que no tiene dinero, como siempre.
Esto también le consultaré, si conseguirá un trabajo mejor. De mecánico. Quizás pudiera trabajar en algún taller más grande donde gane más y pueda independizarse de sus padres… Nene de mamá… ¡Mierda! Me ha dicho que sus padres son muy estrictos y eso me asusta un poco. Quién sabe si me aceptarán… Una chica del interior, sin estudios, sirvienta… ¡Y además, idiota! Sí, eso soy, ¡una total idiota! Creerle que se protegería… Sólo a mi se me pudo ocurrir pensar eso.
¡Dios mío, ayudame! Necesito saber, estoy desesperada. Es cruel no saber qué me pasará y si no consulto voy a morir de angustia. ¿Y si el Juan me abandona? Esa es otra cosa. Tendré que regresar llena de vergüenza al pueblo y seré comidilla de las viejas chusmas. Viejas brujas que no tienen nada más que hacer… ¡Qué vergüenza para mis padres! “Pueblo chico, infierno grande”, como dicen. ¡Pero si pudiera ir sólo para mostrarles mi familia!
¡Ah!, ¿y mis patrones? ¿Me permitirán quedarme cuando ya no pueda ocultar más la panza o tendré que buscar otra casa? Él parece malo pero es comprensivo; en cambio, ella que parece tan santita… ¡Pucha!, esto se está desbordando. Ni me di cuenta que la canilla estaba abierta. Ensimismada en mis pensamientos… ¡Dios, me estoy volviendo loca!
Cuando termine, aprovecharé que no hay nadie y escribiré todo lo que quiero preguntarle. Sí, eso haré. Saber si será niña o varón. Si viviré con el Juan y dónde; ¡ojalá no sea con sus padres! Si ganará más dinero para independizarse… En fin.
¿Pero de dónde voy a sacar el dinero para la consulta? La Sandra me dijo que me lo prestaba, que ganaba muy bien y que además le daban muy buenas propinas. Bien, bien; no sé qué hace. Sólo sé que trabaja toda la noche y por el día duerme, pobre. No importa, somos del mismo pueblo y acá en la ciudad eso significa hermanas. Y bueno, tendré que tomar coraje y pedírselo.
Y cuando vuelva al pueblo, le preguntaré a la Chacha qué yuyo usaba en el agua para que la ropa de los bebitos quedara tan suave.


Sumysel
Susy Selios Álvarez, Uruguay.





















5



Otra vez en el avión, mira que me molesta esto de viajar. Por lo menos antaño lo llevaba con un mejor estilo, pero ahora, la verdad es que no sé si soy yo o es que esto se ha popularizado tanto que aquí se coloca toda clase de personas. Llevar al mayor número de ellas en el menor espacio posible. Bueno, antes hacían escalas y estas malditas butacas te permitían mal que bien tumbarte. Ahora, aguanta al niño de al lado; jolín, menos mal que no tenemos hijos. Y es curioso, nunca nos planteamos si era cuestión mía o de ella. Tampoco hemos hablado jamás de adoptar; total, ahora están de moda las niñas chinas. Qué barbaridad, someter a esas crías a un ambiente totalmente ajeno a su naturaleza. Pero claro, todo son derechos. Todo, incluso la paternidad mal llevada de un hijo al que a duras penas le regalamos nuestro apellido. ¿Qué pensaría de todo esto el hermano Alejandro? El pobre, con todas aquellas ideas eclesiásticas, chapadas a la antigua, “los vínculos familiares”, “lo que Dios nos da”; qué fuera de lugar andaba.
“¡Señorita, por favor, traiga una manta a mi esposa y a ver si usted consigue que ese niño no patee el asiento!” Ana, mi dulce Ana, dormida sobre mi hombro. Cómo ha pasado el tiempo, en su rostro se aprecia ya su paso. Cómo me disgusta tener que arrastrarla entre tanto viaje. Y además, para qué, si en realidad no puede dar un paso sola fuera del Consulado; hasta el sol es ladrón en esta tierra. Anda, que el cretino de Peláez, un cascarambanas que llegó a su puesto por un mal braguetazo, y ése, ese inútil tiene mi solicitud de retorno a casa. Cuarenta años de dejarme la piel, yo creo que deberían bastar. Mas ese majadero no debe ni saber donde guarda mis solicitudes. Y ahora, hablar con el Ministro no creo que me sirviera. Estos viven más preocupados de los devenires de su partido que de poner a las personas en su lugar. En fin, vaya una mierda. “¡Señorita, le he pedido una manta!, ¿no me ha oído usted?” Anda que, y pretendemos elevar la economía. Si es que con tanto derecho, con tanto interés mamando de la vaca, a ver quién les dice a estos lugareños que si quieren integrarse al sistema habría que bajar los sueldos a todos esos pánfilos. Es una aberración que un médico tenga el mismo salario que un enfermero. Y a ver, ¿se baja el sueldo de uno o se sube el del otro? En fin, en cuanto estemos en el Consulado volveré a enviar otro formulario al inútil ése. Por lo menos, que empapele su despacho a mi costa.
“¡Señorita, a ver, míreme los labios, le he pedido mil veces una manta!; ¡y despierte a los padres para que el niño salte sobre ellos o póngalo en una ala, qué caray!” “¡No, no; no soy maleducado; simplemente le ruego que para variar realice su trabajo!”
No, si encima la tipa ésta, ¡pájara!, pone mala cara. Anda, que así nos va. En fin, repasaré un poco la iPod, todavía falta para aterrizar y estoy a tiempo de realizar alguna llamada.
“¡Buenos días! A pues sí, perdón, allí serán tardes. Verá, le llamo desde el avión regresando de España. Me ha facilitado su teléfono Rodríguez, el Agregado Cultural”… “¿Qué no sabe quién es? Pues mal vamos. Menos mal que usted es una prestigiosa adivina”… “¡Sí!, el de los anteojos, el regordete con nariz aguileña; ése, justo ese. Mire, yo tengo que advertirle que no estoy muy seguro de lo que hago. Pero me han impresionado sus declaraciones sobre el caso Ocaña y quisiera comentar con usted… un segundo, por favor.” –“¡Señorita, o apacigua a este niño o lo apaciguo yo!”- “Perdón por la interrupción. Me gustaría que me recibiera usted. Yo mañana tengo un hueco y podría pasar por su hotel. Lo que sí le ruego, máxima discreción”… “¡No, no; en el Consulado no! Sabe, está conmigo mi esposa y no quisiera que confundiera nuestra entrevista”… “¡Bien, bien! Pues así quedamos”… “A lo mejor, sí, a lo mejor me animo a preguntarle lo que quiero”… “En fin, ¡muchas gracias y hasta mañana!”
¡Qué tonterías hago! Pero en fin, me asalta la curiosidad. Cualquier cosa es poco por salir de este basurero. ¡Anda, que vaya viaje! Y el mierda de Peláez en Madrid calentando el que tendría que ser mi asiento.


Juan C.
Juan C. Cavanna Benet, España.


















6



Me levanté con una especial energía que iba más allá o que venía del más allá. Mientras tomaba mi mañanero jugo de naranjas, con prisa abrí la cartera. ¡Ja!, ustedes saben lo que son las carteras femeninas. Tuve que darla vuelta para encontrar el papel minúsculo que había recortado en la empresa sin que nadie me viera. Cueva de ratas, es el lugar; con víboras amenazantes esperando que trastabilles para ocupar tu lugar. Pero he hecho tantas cositas; tengo en el freezer recortados prolijamente los nombres de cada personaje, desde el cadete hasta el dueño. Nunca se sabe de dónde puede venir la estocada. Voy al bar del living, del que sale mi preciado tesoro, toco el botón adecuado y detrás del espejo, mi mundo oculto donde guardo cada uno de mis conjuros. Fotos descargadas del celular e impresas, con una buena cantidad de alfileres en los rostros. Las velas preparadas para cada ocasión especial; la roja para la envidia, la azul para mi protección, la verde ante eventos que pongan a prueba mis habilidades, la amarilla para frenar a los cargosos que caminan tras mis aciertos para convertirlos en fracasos, la violeta en casos graves como un despido o un ascenso, la negra en casos extremos para sacar a alguien de circulación.
Este lugar es mío, nadie lo verá jamás. Es la fuente de mi éxito y el origen de escalar cada vez más alto. Las velas casi siempre son certeras. ¡La negra la usé tanto con la mujer que más odio, ésa, esposa perfecta…! Pero confieso que algo salió mal. Ella se enfermó gravemente y él quedó aún más atado a esa piltrafa, que adquirió más fuerza a través de mis pedidos. Me equivoqué, se me quedó en la mitad el maldito conjuro. De haber salido, ahora estaría viviendo en esa casa donde todo es blanco e inmaculado y sería la señora de Juan. De sus hijos me hubiera ocupado después. Pero fallé por ser demasiado buena. No desisto, cuando la vieja esté fuera del circuito… ¡Ja!, eso vendrá solo.
Encendí la luz y leí cuidadosamente el artículo de la prensa. “Arribó a nuestra ciudad la prestigiosa vidente de fama internacional, Madame Shelene, hoy a… envuelta en toda su mística. La precede su fama de ayudar al prójimo con certeza y confidencialidad, que siempre fue resistida pero jamás censurada. Lo poco que se sabe acerca de su persona fue lo que salió a luz cuando Hacienda de Estados Unidos la retuvo para que compadeciera por evasión de impuestos. Sin embargo, fue absuelta al no podérsele comprobar actividades con fines de lucro. Un misterioso séquito de adherentes la estaba esperando para recibirla y tras intercambiar unos breves y emblemáticos saludos, se disolvieron sin prestar declaraciones. Sólo la pitonisa agradeció públicamente a la ciudad que la recibía sin extenderse más allá de la cortesía ni contestar preguntas. A la salida del aeropuerto, otro grupo de personas le dio obsequios: paquetes envueltos en cintas blancas. Toda la presencia de la Adivina se movió con naturalidad entre dos mundos, el suyo y el nuestro.”
Mi cabeza volaba, ¿por dónde empezar, qué hilos tocar para llegar ante la madame? Lo mío no alcanza; ni el prestigio, ni el dinero, ni la vida lujosa. Juan es muy generoso y mi trabajo impecable, pero duerme en otra cama mientras que a mí me cuesta conciliar el sueño. Las mismas pesadillas, mis hijos que no nacen, mis cuarenta años que me apuran…
Encendí la notebook, la especial, la privada que reservo para estos asuntillos que sólo yo conozco. Madame Shelene en el buscador. Encontré el hotel y el teléfono que le fuera asignado. Leí los consejos que exponía en su página personal y el apunte de algunos casos. Pero nada era tan específico como lo que yo necesitaba, habría que visitarla. Pero antes, era preciso buscar la mejor manera de exponer mi caso. Ya me encargaría de pasarle por arriba a la enorme lista de espera que seguramente tendrá. ¿Cuánto me costará la garufa? No importa, ése es un detalle menor del que Juan se ocupará, nuestro destino bien lo merece.


mariazul11
Lili Frezza, Argentina.






















7



Nunca falta un roto para un descosido, dije en voz alta como si mi mujer fuera a contestarme. ¡Todavía no puedo acostumbrarme a esto de andar hablando solo! Como si mis diálogos imaginados no fueran lo que son en realidad, nada más que monólogos obligados.
Los perros me miran, ojos inteligentes, pero con las mismas caras de desgraciados de siempre. Era la finada la que me decía, insistiendo, que ellos entendían. ¡Pero qué van a entender! ¿O acaso saben de mi soledad? De esa necesidad de querer llorar y no poder hacerlo. De ver la casa suspendida en un tiempo que no volverá jamás. Como esos museos donde se expone la historia con un marco de polvo; pasado fantasma, recuerdo que pesa.
A quién le voy a decir lo que siento. ¿A los hijos? Si nunca tuvimos. Esas cosas que a veces impiden a una mujer ser madre, pero que nunca fueron motivo de reproche. Al contrario, hicieron la unión más fuerte. Ella y yo y nadie más. Si no cuento los perros que ella trataba como si fueran criaturas ¡Pero en cuanto a lo demás, no! Amigos, hermanos, amantes; todo en uno siendo dos. Pero por eso, ahora es como si yo fuera la mitad de nada. Porque es difícil volver a ser, cuando uno ha olvidado quien es. ¡Cuarenta años, que parecen tantos, se fueron como un cuento! Una película que duró un par de horas y me ha dejado así, entero por afuera pero con la misma desolación del que anda perdido. ¡Mejor no me doy manija y sigo leyendo el diario!
“La famosa Shelene, clarividente húngara de fama internacional, está de gira por Sudamérica y hoy llega a nuestra ciudad. Atenderá consultas particulares en…” El aviso en sí, a modo de artículo pago, perdido en un rincón de la página, no me hubiera llamado la atención. En otro tiempo, digo. Quizás el nombre exótico me despertara un poco la curiosidad. Después de todo, la parasicología siempre me interesó. ¡No, siempre no; a ver si me dejo de hablar macanas! Antes de que pasara lo que pasó, a estas cosas no le hubiera dado ni medio de bolilla. Boludeces para perder el tiempo, hubiera pensado. Mi viejo me decía, y buena razón tenía, “El vivo vive del tonto y el tonto de su trabajo”.
Pero ahora, y por casi ya un año, la situación es diferente. Más tiempo para pensar, a qué negarlo, me lleva a veces por las noches a lo esotérico de querer saber cosas que tomé como designios marcados por un destino ya programado. Si todavía fuera religioso, católico apostólico y gil, todo seria más fácil. Porque la fe será idiota en su ceguera pero droga formidablemente para sobrevivir. ¿Y a qué engañarme?, si yo ando a los manotazos para no hundirme en la depresión. Si tuviera esa fe que desgastara la vida no estaría ahora como estoy.
La finada no. Aquella era de esas que a cada condicionante le agregan “¡Si Dios quiere!”. Lo llevaba en la boca como pegado en el paladar y más de una vez me reprochó que le contestara “¡Y si no quiere, también!”. Y me decía “¡Mirá que te va a castigar!”. Fijate vos, revanchista el loco. ¡Flor de zancadilla que me puso! Decí que no creo porque si no me hago budista. A veces me hago estos chistes boludos como si me fuera a reír de mis gansadas. ¿Qué hora son?
No es hora de nada. ¡Ni del almuerzo ni del mate ni de prender esa maldita televisión que me tiene repodrido! Capaz que es hora de sacar a los perros que me siguen mirando con caras de desgraciados o de abrir la ventana para ver si llueve o está soleado. ¡Cómo si me importara!
La casa me parece a veces un mausoleo. ¡Todo está igual! Cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa, como le gustaba a ella. Lo que ensucio lo lavo, lo que desacomodo sin darme cuenta lo vuelvo a ordenar. ¡Siempre esperando el rezongo que no llega! Yo, de ser el desorejado de costumbre me convertí en maniático del orden. ¡Quién te ha visto y quién te ve! Pero, ¿para quién? ¿Para un fantasma?
Casi sin darme cuenta retomo la lectura donde la dejé. Pero también, casi sin darme cuenta empiezo a discar…


Virgilio
Virgilio Pellegrini, Uruguay.



















8



Apenas amaneciendo. Desde el ventanal de un bar, se ve la figura de dos mujeres sentadas a una mesa conversando sin mucho lenguaje gestual.
-Podría sentarme aquí dos horas o dos minutos y te bastaría con mirarme; para saber, que no quiero consejos que vengan atados a un mandato social con carácter de imposición -replicó Cecilia ante la insistente manía de Agustina de presentarle soluciones a sus “problemas”.
-¿En serio? -sonrió irónica Agustina mirándose las uñas.
-Estoy cansada, ya te lo dije. No tengo tiempo de pasar por la peluquería. Además, ¿sabés la cantidad que hay que se matan en el gimnasio, se arreglan, se desviven para que el marido un día les salga con que se va a vivir con una alumna de la facultad o con una compañera del hospital. ¿Y después qué?, ¿cómo se sigue?
-Y yo pregunto: ¿y vos qué? -inquirió Agustina ante la pasividad de Cecilia. -¿Cuándo vas a hacer el viaje del que me contaste? Si Joaquín no puede acompañarte, viajá sola.
-Yo, nada. Mirá, no depende sólo de mí y lo sabés. Tienen congelados los sueldos de los dos últimos meses a la mitad y la gente cada vez tiene menos paciencia; no se toleran nada. Tengo veinte causas pendientes en mi escritorio, tres reuniones y una cita con el juez a las doce.
-¡Ah!, ¿con el juez? -volvió a sonreír con ironía.
-Mirá que sos insufrible mujer. Y ese tonito podés dejarlo para otro momento porque voy a terminar por contestarte mal -murmuró hacia un costado mientras el café, que le sabía desabrido, le fue agriando la mirada.
-A veces… me dan ganas de sacudirte para que reacciones. ¡Era una broma!
Los ventanales del bar se fueron empañando y condensando humedad mientras las voces, las cucharas golpeando contra el borde de las tazas y las tazas rozando los platos, se fueron haciendo difusas hasta desvanecerse en la abstracción que hospedaba la inconforme mente de Cecilia.
-¿Estás bien con Joaquín? -asaltó Agustina.
-Joaquín no es el caso. Y, aunque lo fuese, sabés que soy reservada. Si tuviera algo que pulir en mi relación, lo haría con él. Tampoco pasa por hacer un viaje o ir a la peluquería.
-Entonces, ¿qué es lo que te destempla? Tenés todo; una hermosa familia, una buena carrera, sos independiente. A veces me provocás una envidia sana.
-¿Envidia sana? ¿Todo? No, ¡todo!, es lo que aparenta. Tengo un nudo en la garganta que no me deja tragar este sorbo de café. No puedo dejar de golpear el suelo con los talones y no sé por qué.
-Porque sos una inconforme; nada te viene bien, nada te alcanza.
-Llamalo aspiración, apetito, necesidad de proyectos.
-Ambición, diría yo. E incoherencia con una realidad completa que cierra con moño.
-¡Sí, demasiado!
Afuera, las nubes abrieron las represas de su humedad contenida y los vidrios comenzaron a limpiarse con la caída del agua. Cecilia volteó a contemplar un árbol que mecía sus ramas vacías mientras desterraba las últimas hojas expirando el otoño.
Las raíces del roble eran fuertes y estaban matando el pasto que luchaba por crecer alrededor del árbol. Una enredadera adherida al tronco, se alimentaba de su savia. Si el árbol no hubiese sido verde y marrón, hubiera tenido los labios azules.
-¿Qué harías primero? -le dijo a su amiga señalando con la cabeza la escena.
-Arrancaría la enredadera y removería la tierra -le respondió de compromiso sin comprender el derrotero de la pregunta. -Bueno, señora abogada, tengo que abrir el negocio en veinte y vos tenés veinte causas en tu escritorio… ¡Ah! y “la reunión” con el juez.
-Agustina… ¡eso es lo que hago! Soy una “representante legal” que trabaja en lo mismo desde hace ocho años, no una abogada con el tonito con que vos lo decís. Somos diferentes, no trates de que piense y sienta como vos; porque por más que nos conozcamos desde la primaria, no vamos a llegar a ningún lado así.
-Sólo quiero ver ése brillo que tenías en los ojos hace un tiempo. Y creo que conozco a alguien que te puede ayudar -acotó acercándole una tarjeta que Cecilia miró con desgano.
-No te voy a decir más, pero está de paso. Si vas a ir, no dejes pasar mucho tiempo -agregó levantando la vista para pedir la cuenta.


sgrassimeli
Silvina Grassi, Argentina.







9



El papel le temblaba entre los dedos. Era un informe médico que había recogido de la consulta esa misma mañana. Lo había leído como cinco veces, pero no cabía duda, tenía cáncer. Una lágrima rodaba por su mejilla.
El había salido de la nada, un simple albañil de pueblo que un día se cargó sus herramientas al hombro y marchó a la capital con el único pensamiento de convertirse en el mayor constructor del país. Tenía dieciocho años y un montón de brillantes ideas en su cerebro.
Comenzó por ganarse la confianza del Sr. Martin, un viejo empresario bien relacionado con los estamentos burocráticos. Una vez que conoció el negocio y a la gente adecuada, decidió instalarse por su cuenta.
El primer encargo que tuvo fueron unas viviendas para la gente más humilde de la ciudad. Viviendas a bajo coste en las que los materiales eran todos reciclados de otras grandes urbanizaciones más costosas. Casas frías en invierno y calurosas en verano que contaban con un pequeño salón-comedor-cocina, un aseo, dos habitaciones en las que cabía poco más que una cama de noventa centímetros y un pequeño espacio libre que casi todos los vecinos utilizaron como huerto y corral de gallinas. No había vuelto a pisar aquella zona.
Desde ese mismo instante su vida fue un subir en el escalafón. De un pequeño piso arrendado pasó a uno grande y espacioso, después a una casa de campo y ahora vivía en uno de los barrios residenciales más importantes de la capital. Piscina, jacuzzi, un hermoso jardín, cancha de padel… Se sentía sumamente orgulloso de lo que había conseguido como constructor. Pero de nada le había servido porque su vida familiar era un infierno.
A su esposa la encontró un día acostada con el miembro más joven de su equipo. Ella, con toda la parsimonia, le espetó que era lo que había si no quería montar un escándalo. Su hijo mayor, cuando cumplió los dieciocho años, se marchó de casa. Era feliz en su destino, pero las únicas noticias que recibía de vez en cuando, era un mail solicitando dinero. La pequeña quedó embarazada a los quince años, poco después de la magnífica fiesta con que la agasajó, de un tipo del cuál el único hábito que se le conocía era correr delante de la policía después de cada atraco. El hijo del medio, joven promesa de la arquitectura, no quería saber mucho de su padre. Lo avergonzaban sus orígenes, así que procuraba no mencionar mucho a su familia. Esa era su vida, triunfador en los negocios y desastre en lo familiar. Y ahora, el maldito cáncer lo amenazaba.
Se levantó del banco en el que estaba sentado, comenzó a caminar sumido en sus pensamientos y casi sin darse cuenta, cuando levantó su vista del suelo, se encontraba en el barrio donde todo comenzó, el de las primeras viviendas que había construido. Veía a la gente en la calle, sentada, charlando amigablemente. A las casas se le notaba el paso del tiempo, había desconches en las paredes otrora blancas, en algunos techos las tejas habían volado por el viento y había tendederos y cachivaches por toda la calle. Pero los vecinos parecían felices.
-¡Banda de conformistas! Yo que levanté un imperio y jamás viví en uno de estos antros de perdedores, tengo que sufrir esta maldita enfermedad. No hay derecho.
Se sentó en un bar que había en una de las esquinas del barrio y desde allí se dedicó a observar al vecindario. Le vinieron a la memoria miles de anécdotas de esos días en los que construir era su mayor fantasía. Lo que había logrado con aquella plantilla que apenas sabía colocar un ladrillo; con unas poleas, unas carretillas y unos pocos pesos para levantar el sueño de darles hogar.
En aquella casa el “Mandril” Lorenzo se cortó un dedo, vaya si le salía sangre. Le tuvimos que parar la hemorragia con papel de lija por que no teníamos ni una simple gasa. De aquel tejado resbaló el “Lagartijo” Miguel; menudo atleta cómo se quedo colgando de una ventana hasta que logramos ponerle una escalera.
Eran buenos tiempos, menudas juergas nos corríamos tras la jornada. El dinero apenas nos daba para ir comiendo pero con unas cervezas, unas latas de conserva y aquella vieja y desafinada guitarra, las noches se convertían en pura fantasía entre cantos y bailes con las niñas del lugar. Recordó a la Antoñita, menuda fiera; tenía unos labios que parecían absorberte el aire cuando la besabas, era la única que se dejaba tocar los pechos. Luego... ¡Bah, lástima que los días pasen tan rápido!
Había conseguido por unos instantes olvidarse de su propio drama, pero éste de nuevo le golpeó el pecho. Cáncer, cáncer, se repetía una y otra vez.
Sobre la mesa del bar había un periódico olvidado. Lo estuvo ojeando un rato hasta encontrar un aviso que en otro momento no le hubiera llamado la atención. Una prestigiosa adivina europea estaba de visita en la ciudad y aceptaba consultas. Se trataba de una coterránea, lo leyó varias veces con avidez. Nunca le había hecho mucho caso a esas cosas; fantasmas, fenómenos paranormales, predicciones… No creía que alguien pudiera ver el futuro con sólo unas barajas o una bola de cristal. Pero, era tanta su angustia en ese momento, que decidió encaminarse al hotel donde se alojaba la compatriota.


Manu López
Manuel López, España.



























10



Mientras intentaba abrir los ojos, escuché el motor del auto de Roberto listo para salir de la casa. Mi despertador, siete de la mañana. Di varias vueltas más y lentamente bajé de la cama dirigiéndome al baño, un rito cotidiano, menos los domingos… Con consigna de romper el mismo e iniciarlo al día siguiente.
Quedé mirando el espejo, mirándome… Costaba encontrar en esa imagen aquella que mi mente retenía. Toqué el espejo, como esperando que mi mano se hundiera y todo fuese un sueño. No, era yo… Mi cabello aún sedoso, mis ojos, mi piel tersa y bien cuidada, serían la envidia de muchas adolescentes. Pero mi boca… Había algo en ella que denotaba amargura.
Forcé una sonrisa y mis ojos no me acompañaron. Con furia terminé de higienizarme y bajé a la cocina, otro ritual que conocía perfectamente. Mientras me servía el café hojeé el diario; nada importante, como siempre. Iba a cerrar cuando una noticia brilló ante mis ojos, en letra destacada pero del mismo tamaño que el resto estaba la invitación de conocer el “futuro” con una famosa adivina… que estaría un tiempo en la ciudad.
Interesante, pensé. Algo diferente para este lugar tan monótono.
Llamé a la oficina y la voz de Laura, ya casi similar a un conmutador, respondió: “Ortellados y asociados, ¡buen día!
La pregunta de siempre: “¿Ya llegó mi marido?” En el fondo conocía la respuesta, le llevaba casi una hora estar allí pero debía conocer las novedades del día que pasó.
-No, señora. Pero su cuñado ya esta acá -fue la respuesta de Laura. Era el inicio de las charlas mañaneras… Después todo fluía naturalmente, como dos viejas amigas.
Laura siempre estaba deseosa de contarme los pormenores del día anterior y siempre había un suceso que hacia entretenida su larga rutina de trabajo y mis ganas de saber. Así me entero que la esposa de mi cuñado había estado la tarde anterior buscándolo al finalizar las tareas de oficinas y que salieron presurosos, pues ella quería ver los nuevos departamentos que iban a inaugurarse cerca de donde ya vivían.
Laura tenía el mismo sentimiento de rechazo hacia ella que yo. Si bien teníamos poca diferencia de edad, ella parecía mucho mas joven. Nunca pudimos llevarnos bien, siempre estaba ostentando y actuando como si fuera la esposa del jefe. Nadie notaba esas diferencias o rechazo oculto que había entre ambas, nuestras buenas costumbres sociales hacían impecable nuestros encuentros.
Mientras me relataba la escena, en mi mente se dibujaba perfectamente la figura de ella. Impecable con su traje de primera marca y su bolso de Louis Vuitón haciendo juego con sus zapatos. La pregunta de siempre rozó mis pensamientos. ¿Cómo logran tener esa vida? Si bien mi cuñado tiene sus oficinas en la misma empresa junto a la de mi esposo y los recursos de ambos eran similares, ellos siempre estaban varios escalones más arriba, en ese estatus que marca la sociedad de una pequeña ciudad.
Un dolor punzó mi estómago… Conocía bien esa sensación de pensar que mi marido mantenía a una amante… Mientras el sentido común me decía que no tenia mucho tiempo para esos deslices, no podía dejar de pensar en ello. Recordé la noticia y pedí a Laura que viera el diario… Hizo un comentario sobre “La adivina”. Según ella, era muy reconocida en el ambiente esotérico.
Tímidamente le pregunté si se animaba a acompañarme. ¡Ja!, conocía sus exclamaciones. No las tomé en cuenta y seguí con la idea, logré convencerla. Ahora queda el hecho de ver cómo sacar turnos y que no me reconozcan. Al final era una persona que no pasaba desapercibida y no seria bueno que se comentase que estaba en un lugar así.
La desesperación de saber si Roberto me engañaba, me carcomía el cerebro… Sentía en mi corazón que era la solución, creía en las cartas. ¿Y por qué no?... Alguien puede tener el conocimiento a través de las mismas y sacarme estas dudas.
Nuevamente pensé en la esposa de mi cuñado y sabía que comprarían la casa que aspiraban. Era tan persistente en sus objetivos. Así logró que sus hijos estudiaran en el mejor colegio privado, el de la diócesis. Y sabia que allí no había sobornos pues el prestigio era tan alto que su sólo nombre en el currículo abría puertas en futuros laborales, sin contar el interés de los mejores estudios de abogados y contadores.
Hacía tiempo que no hablaba con ella, exceptuando el saludo de cortesía mientras mis ojos disimuladamente recorrían lo que llevaba puesto y sus bolsos de cueros, envidia de muchas esposas de ejecutivos de la Empresa. Debo reconocer que tiene buen gusto y marca tendencia con sus atuendos. Me obligué a dejar de pensar en ella y a abocarme al operativo “visita de La adivina”.
Pedí a Laura que me sacara un turno, el último de un día cualquiera, aunque tuviera que abonar más. Así lograría perderme entre las sombras de la gente que sale de trabajar a esa hora. Con la promesa de que me avisaría no bien tuviese la reserva, corté la llamada.
Me tiré en el sofá y encendí la televisión. Debía… como buena esposa, estar al tanto de las últimas noticias, tema de conversación en la cena. Fue un día distinto… respiré con cierto alivio. Ansiosa de ver a esa señora que seguramente me confirmaría aquello que en el fondo de mi corazón ya sabía.
Sonó el teléfono, ¡tenía el turno!


LUZINTENSA
Rosita Ifrán, Argentina.

























11



Es extraño, si bien mi oficio no es bien visto, debo decir que en él puedo jactarme de ser un maestro. Nadie hasta ahora ha logrado deslizarse con tal cautela, aún en habitaciones donde duermen plácidamente los ocupantes, sin ser jamás sentido. He logrado colarme en los más lujosos edificios, con los mejores sistemas de seguridad… Y yo, olímpico. Supe escabullirme con joyas, ropa y algún electrodoméstico. Y a veces, si encuentro alguna chuchería, se la llevo a mi mujer. O un chiche para los gurises. Y ahora, ¿quién fue el que me pasó el dato de que en la casa de esta vieja había prácticamente un tesoro? ¿Quién diablos fue? ¡Un enemigo, sin duda! Y encima no tiene ni seguridad en semejante casona, duerme como un lirón la vieja.
Mi mujer cree que trabajo en una pizzería toda la noche y a mis gurises no les falta nada. Todo aquello que no tuve yo, ellos lo tienen. Jamás un poli puso siquiera la mira sobre mí… Repito, soy un maestro en mi especialidad. ¿Y cómo entonces pudo saber la vieja? ¿Será cierto que esa mujer venida de no se dónde tiene poderes? ¿Qué realmente es una adivina?
A ver, repasemos los hechos por si dejé alguna pista en el aire. Quizás me estoy poniendo viejo y deba retirarme, pero estoy seguro de que no. Antes de anoche me despedí de mi mujer y los gurises como de costumbre para salir a trabajar. Tenía el dato firme de que cerca, en la casona de Los Ayacuchos, vivía una vieja llena de guita y que no la acompañaba ni un perro. Así que me fui simplemente a observar los movimientos de la casa. Nadie me vio, estoy seguro de eso. Me colé en el abandonado jardín y entre las matas es imposible que me vean desde la calle en la oscuridad de la noche. Tomé nota de todo lo que vi, el recorrido que hizo la vieja antes de acostarse apagando las luces de cada habitación. Por el calor reinante, supongo, dejó dos ventanas abiertas. Una de su dormitorio, donde la pude sentir durmiendo. Me acerqué, y aunque se hubiera despertado, me hubiera enterado porque sus ronquidos eran terribles. Pero en fin, sigo. Cuando estuve satisfecho caminé un rato para desentumecerme y me fui a la tapera a fumar un poco para pasar el resto de la noche. Hay que ser muy regular con los hábitos si querés que no te descubran en este oficio.
Volví a casa a la hora de siempre, mi mujer ya comenzaba a levantar a los gurises para el colegio. Los esperé, tomamos unos mates y cuando vi que no pasaría nada me acosté a dormir. Me levanté de tardecita, mi rutina diaria no más. No había que planear mucho el trabajo, era pan comido, así que tranqui. De noche me despedí como siempre y salí, no sin antes avisarle a mi mujer que llegaría más temprano porque el Turco se reintegraba de la licencia.
Me fui pa´ la casona y esperé un tiempo entre las matas hasta que empezó la recorrida de apagar luces. Me pegué a la ventana y no entré hasta escuchar los terribles ronquidos. ¡Todo perfecto! Pasé por al lado de aquella morsa dormida que ni se movió, revisé los cajones de la cómoda y los estantes del ropero; nada, polvo viejo no más. Puro verso, apenas un par de anillos de oro y unas pulseras; los collares y caravanas eran dudosos. Sólo encontré unos pocos mangos sueltos en la cartera. Eché un vistazo al resto de la casa y no encontré nada útil. Como trabajo yo no está para andar acarreando juegos de porcelana o cosas así.
En un rincón había una vela encendida que me llamó la atención. Sólo vi una tarjetita: Madame Shelene, una adivina venida de Europa que atendía en un hotel del centro. Tenía la dirección, el número de la habitación, el teléfono y los horarios de consulta. ¡Vaya cosa para rezarle!
Volví sobre mis pasos para asegurarme de no dejar nada que me delatara y pensé que otro día será. En mi oficio hay que tener paciencia y no sudar ni por nervios ni por bronca, y yo no dejaba ningún rastro ni en el aire. Entonces, ¿cómo pudo saber?
Ya había sacado una pata fuera de la casa, recién la había observado detenidamente para asegurarme que era seguro, pues es más difícil salir que entrar. Y de pronto se sentó de golpe:
-¿Quién anda ahí? –dijo con voz de camionero.
He pensado mucho en lo ocurrido y sólo encuentro una explicación. Quizás sea el final de mi carrera pero yo tengo que saber. Mañana mismo la encaro a esa mujer. Pero esta vez no entraré por ninguna ventana ni descuido, iré bien vestido como corresponde y pagaré la consulta. A ver si logra adivinar quién soy. Eso sí, por las dudas voy a quedarme quieto hasta que se vaya de la ciudad. ¡Yo qué sé cuántos clientes tiene!


Nomade
Uruguay.











12



Ha llegado el momento de mi venganza, esperado desde hace mucho tiempo. Llevo la dirección en donde está hospedada esa adivina, sólo será cuestión de ser cuidadoso para que no me descubran.
Llegaré como si fuera un cliente y esperaré el momento oportuno para matarla. Después salgo, me quito esta vestimenta y me iré del lugar como si nada hubiera pasado.
¡Malditas! Las odio desde que me destruyeron la vida con sus dichosas cartas al convencer a mi mujer que la engañaba. Y ella, motivada por los celos, me mandó investigar hasta que lo descubrió y me abandonó llevándose a mi más preciado tesoro, nuestra hija. Ni siquiera sé dónde están.
Estos quince años han sido para mí tortuosos y llenos de incertidumbre. Que los han mitigado sólo los recuerdos de la vida feliz que llevábamos antes de que se entrometiera una bruja adivina. Estela, ¿cómo no te diste cuenta? ¿Cómo no supiste perdonar? ¡Qué poco significaba para ti!
Los viajes a la playa, los días de campo. Ver a mi hija nacer, crecer, aprender a pedalear la bicicleta que le compré. Y la dicha de todos los días, llegar a casa y mi nena corriendo a recibirme con los brazos abiertos, plantándome un beso, feliz de verme llegar… ¡Todo perdido por su culpa! Pero ahora, desde que se han ido, nada es igual y mi vida es un infierno.
Ése es el maldito hotel, ni siquiera tengo que entrar al estacionamiento. Me pararé en el centro comercial y veré vidrieras esperando. Discretamente me iré entreverando hasta que pase desapercibido. Cuando sea oportuno iré a la habitación, si es posible, por las escaleras aunque deje el alma. Que nadie note mi llegada. Tendré el revólver listo para disparar, ni siquiera necesito sacarlo del bolsillo. Golpearé discretamente a su puerta. Y cuando abra, no importa lo que demore… ¡ésa no le va a arruinar la vida a nadie más!


Gilbarri
Gilberto Arriaga, México.
























13



“Estoy redactando lo que será mi última carta y voluntad, la vida ya no tiene para mí ningún asidero. La soledad aprieta mi corazón y mi mente se niega a pensar. Con un esfuerzo logro mirar mi pasado…”
La carta que el hombre de sesenta años estaba redactando en el ordenador, cambiada una y otra vez. Aparentemente su intelecto estaba embotado por el dolor, el dolor de una herida nunca cerrada. Dejó el asiento frente al monitor y contempló varias fotografías que estaban sobre un mueble oscuro.
Desde la muerte de su esposa hacía ya largos diez años, fue abandonado poco a poco por los hijos que se casaron. Al principio, cuando el último contrajo matrimonio, notó que cuando hablaba solo sus palabras producían un eco desagradable, ya que gustaba de ser minimalista en cuanto a adornar la casa -una pelea constante que tenía con su esposa que quería tener cuanto artefacto encontraba en las tiendas- bueno, ahora no tenía con quien discutir.
Sus ojos tropezaron con una pequeña caja que acarició. Allí guardaba las pocas joyas que había regalado a su amada Elena. Pero también vio que ese improvisado joyero tenía una tapa metálica y dorada donde se veía claramente la placa insignia de la Policía.
Su afiebrada mente lo retornó a los tristes días del primer gobierno de izquierda y su triste final. A la lucha por hacer del país un estado marxista con más justicia social. Con una amarga sonrisa sopesó los aciertos y los errores del estadista; debió reconocer que los ideales lo habían conducido al descontento de la gran mayoría. Era un Detective y por lo tanto debía trabajar para el gobierno de turno, proteger al Primer Mandatario, pero la rabia se apoderó de él y de sus colegas al ver la desconfianza con que los allegados al Presidente los hicieron a un lado. ¡Error!, pues el noventa y nueve por ciento de los funcionarios era indiferente a los colores políticos.
El país comenzó a caer en picada por una serie de razones… El apuro por hacer un país gobernado por la dictadura del proletariado; los gringos no se quedaron estáticos después que el Gobierno recuperara la minería, ¡el cobre!... Recordó cuando les quitaron los grandes fundos a los latifundistas abusivos y soberbios para entregárselos a los trabajadores que se transformaron en minifundistas. Nunca habían sido dueños de nada, sólo explotados; la locura se apoderó de los agricultores pobres y comenzó una larga fiesta, justa al principio, pero que se transformó en una pesadilla cuando dejaron de trabajar sus tierras y en medio de borracheras se comieron hasta los cerdos, quedando peor que cuando debían humillarse ante los señores feudales…
Después de varios síntomas y tentativas de los uniformados, vino el terrible golpe de estado que se extendió por largos años de dictadura militar… Como la gran mayoría de los Detectives, no se metió a defender ninguna de las posiciones; con frialdad siguieron trabajando como todos los ciudadanos. Cumplió sus años de servicio y se retiró de la fuerza policial, pero encontró un mundo diferente. Comenzó a viajar dentro del territorio nacional y se estableció con su Elena y sus hijos, ya grandes, en la capital. No faltó quien lo reconociera como ex Detective; pese al temor que su persona infundía, no faltó el cobarde que entre la multitud le gritó ”¡Asesino, torturador!”. Un grupo lo abucheó y pretendió lincharlo, pero llegaron los uniformados y lograron salvarlo. No pudo evitar recordar a un policía uniformado con el que fueron más que amigos, hermanos. Sintió un enorme dolor cuando Polo fue fríamente asesinado por elementos extremistas pese a que no usaba armas y se dedicaba solamente a la parte administrativa.
Ahora, solitario en una casa que siempre estuvo alegre, sintió el peso de no tener a nadie con quien conversar. Se disponía a continuar su carta suicida cuando escuchó en la radio que había llegado a la ciudad una adivina europea; húngara, parece.
“¡Total, qué pierdo en consultar cuál será mi futuro!” Una risa sarcástica salió de su garganta. Su voz sonó extraña pese a que ya se había acostumbrado a hablar solo.
Se subió a su viejo automóvil y emprendió el viaje al centro de la ciudad en busca de la vidente.


Jaime Olate
Chile.














14



Cuando mi hermana Nelly se casó, todo parecía que iba a ir sobre rieles… Los problemas no existían para ella, todo lo veía justificable. Y eso me enervaba.
Además, mi madre era una mujer de carácter fuerte y dominante, que creo haber heredado. Todo había que hacerlo de acuerdo a lo que ella resolvía y eso, para mí, no podía ser justificable. Cada cual tiene su forma de pensar y debe respetarse.
Y cuando surgieron los problemas matrimoniales de mi hermana, ella parecía de otro mundo… Cómo si a ella no la tocara, cómo si él mismo fuera de otra mujer al borde del divorcio.
Mamá la dominaba a tal punto que los problemas que surgían… No eran provocados por la negligencia de mi madre sino por su esposo, quien a pesar de defenderse, ya se estaba cansando de tanto discutir por culpa de su suegra.
Y pasó lo que tenía que pasar, a pesar de estar mi hermana embarazada de su primer hijo, él hizo las valijas y desapareció olímpicamente.
Mi padre era un hombre bueno pero de esos chapados a la antigua, que por no discutir con su mujer… Trataba de no inmiscuirse en los problemas familiares y así cometía el peor error que puede cometer un padre con sus hijos.
Pero a mí ella no pudo ponerme bajo sus pies… Mi carácter era bueno pero no me supeditaba a una madre equivocada y dominante, cosa que mi hermana no quería entender. Cómo sino tuviera sangre en las venas.
Y por más que traté de hacerle comprender a Nelly que su vida iba a ser tortuosa, con una hija sin padre… Una madre dominante y un padre ausente. Ella me decía que la equivocada era yo, que no la entendía a mamá y no sé cuantas tonterías más.
Por suerte, yo había fijado mi fecha de bodas para dentro de seis meses y mi sobrina ya por entonces estaría en éste mundo… ¡Ajena de su desgracia!
Y cuando nació la beba, que fue justo el día de mi cumpleaños, yo la tomé dulcemente entre mis brazos ¡y la besé tanto!… Luego se la di en brazos a Nelly y pausadamente le dije, ¡salva tu matrimonio! aún estás a tiempo. Esta criatura puede ser el reencuentro con tu esposo. ¿O pretendes que se críe con mamá?
Pero no hay peor sordo que aquel que no quiere oír… Y con rabia le dije, ¡pareciera que para vos el amor no existe! Y dando media vuelta, salí del dormitorio tan disgustada… Cómo si el problema fuera mío.
El tiempo pasó inexorablemente y llegó mi fecha de casamiento; se entiende que discutiendo con mi madre, que me quería obligar a usar el traje de novia de mi hermana. Pero conmigo no pudo… Mi traje lo diseñé yo, la iglesia la elegimos nosotros y al fin, cuando llegó el día, para mí fue ¡el más maravilloso de mi vida! Por dos cosas, primero porque salía de la presión que mi madre quería ejercer sobre mí; y segundo, porque no sufriría viendo como mi sobrina iba a crecer en ése hogar, con ésa abuela dominante.
Una página triste se cerraba, y otra plena de amor y felicidad se abría para nosotros.
Ahora tenemos esta estúpida cita con una adivina… ¡Espero que una extraña le haga entender a mi hermana lo que yo nunca pude!


MARGARITA DIMARTINO de PAOLI
Argentina.






“¡Volverá a ti, no lo dudes!” Las palabras de la vidente revolotean en su cabeza y machacan sus sentidos. No sale de su asombro, pero, ¿debería creerlas?
Nada pierdo si lo hago, piensa. Sin embargo… ¡No sé, no sé! Puede que vuelva, ¿pero cómo? ¿Arrepentido? Si es así, ¿seré capaz de perdonarlo verdaderamente? ¡Uff! Mi cabeza va a estallar y no sé qué hacer.
Marta va por la avenida principal al volante de su flamante Fiat. Regresa de consultar a una célebre pitonisa que le profetizó la vuelta de Luis a su vida. Se la recomendó su mejor amiga. Al principio estuvo reacia de acudir a tales servicios, pero ante la insistencia de la amiga quiso probar fortuna.
¿Y por qué no saciar su curiosidad? No venía descontenta, no; si acaso, desconcertada. Luis se había marchado con la secretaria, ¡una chica veinte años menor que él! Sin dejar una nota; así, sin más. Luego una remota llamada para explicar lo que ya era evidente después de tres días de ausencia.
Marta siente rabia, impotencia. Y resquemor por no haberse dado cuenta antes de algo que ya era más que sabido por todos los de su entorno. Ella, como siempre aunque suene a tópico, fue la ultima en enterarse. Ni tan siquiera un alma caritativa tuvo la bondad de decírselo.
Y ahora se encuentra en esa tesitura que, de ser cierto lo que la mujer le profetizara, debía tomar una decisión: dejarlo volver a su vida o liarse la manta a la cabeza también ella y reírse de esa burla macabra del destino, buscando nuevos horizontes.
De repente, su mente se vuelve maquiavélica. Por una vez, la vida le pone en bandeja de plata lo que tanto ansiaba, la revancha.
En una plazoleta vira en redondo y toma la calle al río. Aparca y busca el teléfono móvil. Ni siquiera lo duda, graba el mensaje tal como lo siente. Luego llama a su hermana y tras una vaga explicación que promete ser mayor cuando tenga tiempo, concreta unos puntos con ella sobre dónde y cómo le deja el coche. Después se interna nuevamente en la vorágine del tránsito, esta vez, buscando la salida a la carretera que va al aeropuerto. Está decidido, no habría vuelta atrás. Era su oportunidad y no dejaría que se le escapase.
Hace otra llamada en marcha y una cálida voz le contesta “No te preocupes, allí estaré; dame media hora”.
El reloj no para y cuarenta minutos después de la última llamada llega al aeropuerto. Está en la Terminal presta a subir al avión en el mismo momento que Luis intenta ponerse en contacto con ella. “Me abrirá sus brazos una vez más, estoy seguro; ha sido mucho lo que hemos vivido juntos y eso pesa”.
Tras unos segundos de sonar el tono de llamada, el contestador automático responde: “Estás llamando al teléfono de Marta Castillejo, si deseas dejarme un mensaje hazlo después de oír la señal. En estos momentos estoy volando con rumbo desconocido hacia mi felicidad. ¡Gracias!


manola vazquez lopez
Manola Vázquez, España.






Participan





antifaz
Federico Rodrigo IV, Uruguay.

CzarOeuf
Diego Bras Harriott, Argentina.

Gilbarri
Gilberto Arriaga, México.

Jaime Olate
Chile.

Juan C.
Juan C. Cavanna Benet, España.

LUZINTENSA
Rosita Ifrán, Argentina.

manola vazquez lopez
Manola Vázquez, España.

Manu López
Manuel López, España.

MARGARITA DIMARTINO de PAOLI
Argentina.

mariazul11
Lili Frezza, Argentina.

Nomade
Uruguay.

Ricardo Cesar Garay
Ricardo “Cocho” Garay, Argentina.

sgrassimeli
Silvina Grassi, Argentina.

Sumysel
Susy Selios Álvarez, Uruguay.

Virgilio
Virgilio Pellegrini, Uruguay.

Xanino
Magda R. Martín, España.



















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MensajeTema: Re: La Adivina   La Adivina Icon_minitimeLun Jun 20, 2011 10:39 am

Excelente iniciativa; logro facturado, además, al trabajo nacido desde la esencia del compartir. Felicitaciones por la iniciativa, y a los compañeros. Una rica experiencia como ejercicio literario.
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La Adivina
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