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 EL CIRCO DE LA ALEGRIA III. CUENTO

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luis tejada yepes
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EL CIRCO DE LA ALEGRIA III. CUENTO Empty
MensajeTema: EL CIRCO DE LA ALEGRIA III. CUENTO   EL CIRCO DE LA ALEGRIA III. CUENTO Icon_minitimeLun 2 Jun - 12:28

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El Circo de la Alegría era un circo pobre, más que pobre, paupérrimo. Como lo comprobarían los pocos espectadores que se decidieron a comprar las boletas, ampliamente perifoneadas en Remedios y veredas adyacentes. Con la carpa tan remendada que no se sabía, -Si era una carpa con remiendos o un remiendo con carpa-, cómo aportó a la mañana siguiente, uno de los desocupados que vino a curiosear la armada de esta.
Nadie sabe si fue porque el espectáculo era muy pobre, o porque las graderías permanecían ocupadas por los paramilitares, los cuales cansados de cazar comunistas, necesitaban urgentemente una distracción diferente a esa (lo grave era que ingresaban de manera gratuita, armados hasta los dientes, sin consideración por las finanzas del Circo de la Alegría, alejando a los temerosos civiles, los cuales se abstenían de asistir a los espectáculos para evitar problemas), pero una noche cualquiera, sin aviso previo, levantaron la carpa emprendiendo el camino hacia Zaragoza. La ruta no era propiamente una carretera, era el antiguo camino mular que conectaba el Magdalena Medio con el mar Caribe. Casi todo el trayecto es el lecho de un río que se seca en verano y vuelve a inundarse en invierno, haciéndose intransitable la mayor parte del año (por ahí correrá la troncal de la Paz en un futuro cercano conectando a Medellín con la costa atlántica).
El Gran Gabú estaba satisfecho con las presentaciones en Zaragoza, había coincidido su arribo al pueblo con las Fiestas del Cristo celebradas anualmente. Estas fiestas religiosas atraen a casi todos los mineros de la región, encomendados al Cristo para que les haga todos los favores inimaginables: los cuales van desde encontrar el oro esquivo, hasta conseguir una mujer adecuada a su ideología machista o sea sumisa, capaz de aguantar todas las privaciones y caprichos del penitente.
Ahorran todo el año y completan el faltante, pidiendo fondos a todo el que se les atraviese, para así poder cumplir las promesas. Como por ejemplo, la de llevarle varios cientos de pesos al Milagroso, entregados al intermediario, el cura párroco de la población, para conseguir el beneficio. Por esta época el cura recoge tanto dinero que le alcanza hasta para mandar a la arquidiócesis.
Como en casi todos los pueblos de Colombia las fiestas se reducen a un consumo permanente de licor durante varios días y a acompañar las procesiones que transportan en andas la imagen del Milagroso Cristo por todo el pueblo. Procesión de centenares de fieles, con el cura marchando a la cabeza repartiendo bendiciones a diestra y siniestra.
El circo llegó en el momento preciso: la clientela cautiva estaba a su disposición. Las presentaciones durante los tres días tuvieron lleno a reventar, los trapecistas, los perros, los malabaristas, los payasos cosecharon aplausos como nunca, cosa que les había levantado el ánimo de tal manera, que los rostros adustos no se vieron por ningún lado, fueron remplazados por sonrisas de satisfacción por el éxito alcanzado, que los hacía soñar en la posibilidad de alcanzar un éxito comparable al de los grandes circos del mundo, dándole a todo el personal fama y fortuna.
En la medida en que los promeseros, sin un peso en los bolsillos, abandonaban el pueblo, así mismo los clientes empezar a disminuir proporcionalmente. Esta situación le indujo al Gran Gabú la idea de que era hora de levantar la carpa y continuar su periplo por la región. El próximo destino sería Ayapel, población cercana a la ciudad de Caucasia, la cual bordearían; era demasiado desarrollada para el nivel del Circo de la Alegría con una clientela del nivel de campesinos, los más montunos posibles.
La llegada a este caluroso pueblo, treinta ocho grados a la sombra, estuvo precedida de su modesta fama, o sea casi ninguna; pero de todas maneras contaban con la falta del que hacer, de una población urbana dedicada a ver pasar el tiempo como única actividad viable. El Circo de la Alegría en algo alteraba el panorama y la rutina. Las presentaciones en este polvoriento pueblo no tuvieron más trascendencia de lo acostumbrado, perros, payasos, equilibristas, malabaristas, se presentaron durante tres días y tuvieron un lleno completo, que permitió soliviantar en algo la precaria situación económica del circo. Si no fuera por la cantidad de pases de cortesía para el alcalde y otras autoridades de la población, la cosa desde el punto de vista económico hubiera podido ser mejor; de todas maneras fue un éxito, con lleno a reventar, los tres días de presentaciones. Al tercer día levantaron el campamento y se dirigieron a la población de Valencia, situada muy cerca de Ayapel, para llegar a ella tenían que cruzar un río en un ferri de fabricación casera, que prestaba los servicios desde la riberas. El planchón hecho de madera, de un tamaño que permitía transportar, a la vez, no más de cinco carros grandes y no más de tres automóviles pequeños. Es el reemplazo de un puente, que los políticos de la región habían prometido desde hacía por lo menos cincuenta años. Se habían repartido el presupuesto entre ellos en más de tres legislaturas y el ferry ahí.
El método de propulsión era bastante original, se aprovechaba la corriente del río para que el enorme y primitivo armatoste se desplazara sin necesidad de combustible. Atado a dos cables, tendidos a lado y lado del río, el transportador empujado por la corriente del agua trata de seguir el rumbo de esta, hasta la mitad del río la fuerza de ella le hace coger velocidad, desde allí comienza un regreso hacia el punto de destino, apoyado por la misma corriente que empuja al lanchón hacia la orilla opuesta. El Circo de la Alegría toma el ferri, todo el personal se para al lado del vehículo, esperando llegar sanos y salvos a su destino inmediato, adonde arribarán más o menos en diez minutos. El ferri comienza sus maniobras de atraque y se dirige a un improvisado muelle en la ribera izquierda. Un ayudante se hace al frente del primer camión en entrar al ferry para encausarlo en el camino fangoso de la orilla. Todos los conductores encienden los motores de los carros al mismo tiempo, impulsados por la prisa de abandonar el transporte artesanal y seguir con el rumbo programado.
El carro del Circo de la Alegría una vez en tierra parte hacía la última etapa de la gira. Esperan llegar antes de que la oscuridad les gane la carrera. El chofer pone en marcha el pesado camión y toma la velocidad posible en este camino de herradura que llaman carretera, pero por más esfuerzos que hace, la cantidad de huecos a lo largo del trayecto, conspiran en contra del objetivo a cumplir.
El Gran Gabú cabecea al ritmo de la cantidad de baches a sortear, esta cansado de tanto trajinar por semejantes caminos.
-Creo que esta es nuestra última parada, ya me aburrí de tanto trajín-
Le decía a su compañero de viaje que también movía la cabeza a lado y lado impulsada por los vaivenes del camión. En la cabina estaban sentados, el chofer, en el centro el enano, el Gran Gabú en la ventanilla. Tanto movimiento lo desgastaba, esperaba estar totalmente molido cuando llegara a Valencia en donde esperaba un gran recibimiento, igual al de todos los pueblos por donde había pasado presentando el gran espectáculo.
El paisaje era muy similar al recorrido desde Remedios. Pequeñas colinas que desembocaban en enormes llanuras sembradas con pasto para el ganado. A medida que se acercaban a Valencia se podía apreciar el Nudo del Paramillo en la distancia. Centro de concentración de toda clase de ejércitos privados y guerrilla de distintas orientaciones ideológicas. De acuerdo a lo oído por los cirqueros, allí tenía el cuartel general el máximo comandante de los paramilitares. No se necesitaba ser mago para adivinar quienes serían los principales clientes del circo.
En la distancia se veía el primer retén de uniformados, seguramente paramilitares. El Gran Gabú sabía como tratarlos; tantos encuentros con ellos por las carreteras lo habían convertido en un experto en manejarlos de acuerdo a sus intereses inmediatos, como por ejemplo que no los retuvieran mucho tiempo ni les cobraran el peaje. Si bien con los primeros que se encontró se puso muy nervioso, con los últimos hasta se atrevió a regatearles el precio y chancear pesadamente. El camión se detuvo justo en frente de un grupo de muchachos en uniforme y el infaltable AK47 en ventolera.
-Todo el personal se baja para una requisa, alisten documentos-
Les dijo el que parecía estar al mando del grupo.
El Gran Gabú se apeó rápidamente dándole paso al enano que se bajó de espaldas, descolgándose hasta el piso agarrado del sillín. La maniobra les pareció bastante chistosa a los observadores, al unísono largaron la carcajada cuando vieron que el hombrecito no pudo mantener el equilibro al caer sobre sus dos pequeñas piernas que no fueron capaces de sostenerlo en sentido vertical.
Se precipitó al suelo de espaldas chapaleando durante unos segundos, antes de levantarse con un salto bastante ágil, quedando de pie como si nada hubiera ocurrido o dando la impresión de que todo había sido un acto circense.
El espectáculo ofrecido por el enano distensionó el ambiente acostumbrado en estos retenes, bajándole la agresividad a los guerreros. La cercanía a los comandantes hacía de ellos personas más seguras. Generalmente aquellos se rodeaban de personas escogidas entre las tropas, seguramente tenían el cuidado de llevar a su lado a muchachos un poco más civilizados de lo acostumbrado y esto se notaba en el trato a la población civil.
No les exigieron documentación, más bien se dedicaron a interrogarlos sobre el motivo de la visita al pueblo a sabiendas de quienes se trataban. Estaban buscando entradas gratis así que emplearon las mejores palabras en el trato a los recién llegados, tratando de despertar simpatía entre el grupo de artistas, que en estos momentos estiraban sus músculos en medio de la carretera.
-No les vamos a cobrar peaje, pero a cambio nos regalan unos pases para nosotros cuatro-
La solicitud la hizo un muchacho moreno de unos dieciocho años no cumplidos. El Gran Gabú aprovechando el momento para hacer publicidad al espectáculo, ceremoniosamente introdujo la mano izquierda en un bolso que llevaba terciado a un costado, sacando un talonario universal de boletas llenadas a mano que decían: Pase de cortesía para dos personas. Les regaló unas cuatro para que les alcanzaran para sus respectivas novias pero antes les ponderó el gran espectáculo ha presenciar el día siguiente. Los uniformados agradecidos les dieron vía libre para continuar con el viaje, no sin antes, en medio de las risotadas, ayudar al enano a subirse al estribo del camión.
Estaba anocheciendo cuando llegaron a la entrada del caserío. El Gran Gabú como en todos los pueblos revisó los posibles lugares en donde podía levantar la carpa, a un lado de la carretera pudo ver un terreno plano y sin pedirle permiso a nadie ordenó a los empleados bajar todos los corotos. Sabía por experiencia que primero se crea el hecho y después el derecho. Una vez armada la carpa, los posibles perjudicados se daban al dolor o trataban de obtener entradas gratis, para ellos y sus respectivas familias, a cambio de no molestarlos ni exigirles nada. El alcalde se daba por bien servido que los ciudadanos encontraran algún entretenimiento distinto al baile y el licor, por ese motivo no les exigía mayores requisitos para darles la licencia temporal de funcionamiento.
Esa noche el Gran Gabú se quedó despierto hasta muy tarde. Después de armar el cambuche, comenzó a pasearse de un lado a otro de la carpa esperando cansarse aun más de lo que estaba, a ver si le llegaba al fin el esquivo sueño. Los demás empleados cayeron como unas piedras en sus respectivos catres, dejando para el otro día la culminación de la levantada del campamento. Al enano no le pasó desapercibido la situación de insomnio de su patrón, se le hizo un poco extraño el hecho de que a pesar de la hora y el cansancio acumulado en la gira, el Gran Gabú permaneciera de pie dentro de la carpa, un presentimiento de algo negro en el futuro hizo presa de él, no sabía en base a que se originaba, pero lo sentía en su interior.
Sin darse cuenta se quedó dormido, vino a despertarse cuando ya el sol estaba marcando al menos las ocho de la mañana. Cuando puso uno de sus pequeños pie fuera de la carpa notó que el Gran Gabú tampoco se había levantado:
-Seguramente no pudo conciliar el sueño hasta muy avanzada la noche y se quedó dormido-
Pensó, disculpando a su patrón por no levantarse temprano a estar en la jugada de los permisos y levantada de la carpa del circo.. Algunos de los artistas de este ya estaban terminando de tensar cuerdas, cuando una caravana de carros todo-terreno paró intempestivamente en la carretera al frente de la modesta carpa. Para los desprogramados habitantes de estas regiones, perdidas en la geografía nacional, este circo era un maravilloso espectáculo, como para no perdérselo.
Del primer carro se apeó un hombre bajo, arrogante, con cara de ser un importante jefe. El enano al verlo supo de inmediato que estaba ante un comandante, así que se encaminó de inmediato a avisarle a su propio jefe.
Con su voz chillona, gritando el nombre del patrón, corrió hacia la carpa en donde recién despertaba.
-Gran Gabú. …creo que llegó el “propio”, tiene que salir a recibirlo…-
-Cálmate…¿quien vino? …el propio..humm..
Ya voy…ya voy…andá recibiéndolo mientras me alisto…
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